Comenzamos 2014 retomando uno de los ciclos sinfónicos en DVD que más interés nos despiertan de cuantos conocemos en progreso: el dirigido por Riccardo Chailly a la Gewandhausorchester de Leipzig con las sinfonías de Gustav Mahler (Kalischt, 1860 - Viena, 1911) en programa. En su momento ya reseñamos las precedentes entregas de este segundo ciclo mahleriano del director milanés -tras su soberbia integral con la orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam (Decca 475 6686)-, con DVDs que incluían notabilísimas lecturas de las sinfonías Segunda (ACC 20238), Cuarta (ACC 20257) y Octava (ACC 20222).
Turno es hoy para una Sinfonía Nº6 en la menor (1903-04) grabada, al igual que la Cuarta, en 2012, e igualmente con unos muy logrados resultados; si bien, en líneas generales, diría que la Sinfonía Nº4 se presta más a la sonoridad de la orquesta de Leipzig, más afín a la transparencia y sentido camerístico de aquella partitura que al más expresionista y moderno universo que la Sexta impone, tan agresivo y extremo, producto de una nueva etapa en el catálogo mahleriano (etapa que en sucesivas entregas del ciclo, con las sinfonías Quinta, Séptima y Novena, pondrá en mayores apuros a la formación teutona, habida cuenta su estilo interpretativo; estilo, en todo caso, que desde la llegada de Riccardo Chailly hemos ido viendo como progresivamente se modernizaba y adquiría un carácter más punzante y firme).
Casi un cuarto de siglo ha pasado desde que Riccardo Chailly grabara en Ámsterdam, en octubre de 1989, su primer registro fonográfico de la Sexta sinfonía (Decca 444 871-2). No pocos cambios ha habido. El primero y más evidente afecta al orden de los movimientos internos: en Ámsterdam, ‘Scherzo’-‘Andante’; en Leipzig, ‘Andante’-‘Scherzo’. En la conversación a tres bandas entre el crítico Peter Korfmacher, el estudioso mahleriano Reinhold Kubik y el propio Riccardo Chailly, que como bonus se incorpora en este DVD, se ahonda en los motivos de esta inversión, que musicólogo y director llegan a la conclusión de que hoy en día es indiscutible, habida cuenta su revisión de las partituras e interpretaciones primeras de la Sexta, entre verano y noviembre de 1906, después de que el orden ‘Scherzo’-‘Andante’ tan sólo se llegase a imprimir en una partitura de estudio -nunca interpretada- en marzo de ese mismo año. Parte del desorden con que habitualmente se ha interpretado esta secuencia de movimientos internos durante el siglo XX viene dada por la investigación al respecto realizada por Rudolf Mengelberg en 1919, que tras su consulta a Alma Mahler (lo que Chailly denomina «gran error») determina que ‘Scherzo’-‘Andante’ es la secuencia justa; según Alma, porque ése era el orden seguido por Mahler en su dirección en Ámsterdam..., ¡ciudad en la que nunca dirigió la Sexta sinfonía! Deshecho tal entuerto (aunque recomiendo una consulta al foro de la gustav-mahler.es, entre cuyos hilos dedicados al compositor bohemio se encuentra exhaustiva información sobre el tema, más matizada y menos rotunda en cuanto a conclusiones que la expresada por Chailly y Kubik), cierto es que la sucesión ‘Andante’-‘Scherzo’ cambia el sentido y el espíritu de la interpretación, al menos si comparamos la dirección que Riccardo Chailly realiza en Leipzig con respecto a Ámsterdam...
...en líneas generales, volvemos a encontrarnos con las premisas que asientan este nuevo ciclo: transparencia y sentido camerístico, así como una mayor madurez y libertad por parte del director italiano para abordar las tensiones, tempi y resoluciones de los no pocos desafíos que Mahler sigue proponiendo a las orquestas hoy en día. Arranca el ‘Allegro energico’ con más brío que en la lectura holandesa, así como con un tempo más rápido a lo largo de todo el movimiento, algo que nos llevará a los 22:35 minutos de duración, frente a los 25:35 de 1989. A pesar de que en las diversas entrevistas que acompañan a este ciclo Riccardo Chailly continuamente nos refiere que los cambios incorporados a su dirección son fruto (como la cuestión del orden de los movimientos) de su continua investigación histórica sobre las condiciones germinales de interpretación de estas sinfonías, ello no le impide, dentro de su más informada ejecución, gozar de una flexibilidad más acusada que en Ámsterdam, donde vuelve a reconocer su dirección estaba sobremanera influida por la tradición aquilatada en Holanda, más en concreto por las indicaciones y metrónomos que de Willem Mengelberg se conservan (y veneran) en los archivos de la Concertgebouworkest. La disposición de la orquesta también será otro cambio con respecto al registro de 1989, con una estructuración antifonal de las cuerdas, emplazando los contrabajos tras los primeros violines y enfrentando las dos secciones de violines entre sí, con violas junto a violines II y violonchelos intermediando. Afirma Kubik que ello responde de forma más precisa a la escritura de Mahler y a su forma de hacer dialogar el balance tonal de la orquesta (además de enraizarse de forma más directa en la distribución orquestal de la Gewandhaus, cuyas rutas mahlerianas se remontan a Nikisch y Walter).
A pesar de ese carácter tan brioso, hasta marcial, que Chailly impone a su orquesta, la lectura no deja de ser muy medida y compacta, en absoluto se desboca o desajusta, mostrando un carácter muy unitario, destacando el sombrío final, más contrastante, mordaz y moderno en su sonoridad. En el desarrollo previo, los momentos de suspensión (allmälich etwas gehaltener o molto ritenuto serían buenos ejemplos) resultan especialmente bellos, muy camerísticos, nítidos en las exposición del tejido instrumental, meditativos y cálidos, pero nunca sentimentaloides o afectados. A lo largo de todo el movimiento contemplamos a un director encendido, activo, al acecho y espoleando cada matiz sonoro, llevando las bridas de una ejecución muy firme y perfecta. Sin embargo, en este sentido estoy de acuerdo con mi amigo Manuel del Río -director y editor de la gustav-mahler.es-, con el cual pude disfrutar de esta versión, para él notabilísima en cuanto a perfección técnica, pero en la que echaba en falta más personalidad, el aportar matices más humanos (no sé si hasta mundanos) que hieran más allá de una corrección interpretativa de este calibre. Digamos que una lectura más expresiva y expresionista, más subjetiva. Precedentes y ejemplos destacados hay de esa línea (cierto es que en la estela de un romanticismo en el cual, al fin y al cabo, y como Bruno Walter nunca dejó de afirmar, Mahler se insertaba plenamente, como su última y más brillante floración): los Horenstein, Barbirolli, Bernstein, etc. Riccardo Chailly no está en esa línea de subjetivismo, y hasta diría que cada día menos, a pesar de la libertad que él mismo nos refiere, de su flexibilidad en cuanto a tempi. Su instrumento orquestal se ha ido puliendo por otros derroteros, más objetivos y atentos a un sonido más limpio, pero neutro. En todo caso, en esas coordenadas, un ‘Allegro’, éste de Leipzig, verdaderamente enérgico y arrollador, de una transparencia muy destacable.
El ‘Andante moderato’ de la Sexta sinfonía ha sido siempre en manos del director milanés una auténtica delicia, verdadera cumbre de su versión holandesa y hasta diría que de la discografía de la partitura. Chailly debe ser muy consciente de hasta qué punto había resultado un acierto su lectura de 1989, pues prácticamente calca sus premisas, así como el tempo y la duración (14:40 en Ámsterdam; 14:46 en Leipzig), quizás con mayor contención y un clímax menos exaltado que el del Concertgebouw. Las intervenciones de los solistas no gozan de la rotunda musicalidad de los primeros atriles holandeses, pero sí he de destacar especialmente al primer oboe de Leipzig, magnífico en toda la sinfonía, con una línea melódica muy lírica, de gran sensibilidad. Emocionante es también escuchar cómo Chailly hilvana el tejido contrapuntístico de las cuerdas, magníficamente nítido, con entradas y diálogos de una perfección que impacta, al tiempo intelectual y emocionalmente, ya que si algo destila este ‘Andante’ es alianza de lo afectivo y lo intelectivo: puro arte, en el sentido tantas veces por mí citado de unión de poesía y estructura. Los distintos solistas: trompa, primer violín, maderas..., están muy notables, y su engaste en el gran clímax del movimiento, en ese verdadero momento de ascensión a las cumbres de la vida, a la realización del propio Mahler como hombre y artista, es excelente, con unos cencerros nuevamente audibles y plenos de sentido en la apoteosis del ‘Andante’, no tan expansivo como en 1989, pero muy orgánico y bello. El morendo final es pautado por Chailly en una gradación dinámica muy matizada, realmente hermoso por su delicadeza y vuelta a la respiración del llano, tras la efusión de las alturas.
Es por ello que la irrupción súbita del ‘Scherzo’, así planteado el orden de los movimientos internos, es más vehemente y contrastante; deja de unirse tan homogéneamente al ‘Allegro energico’ como lo hacía en la grabación de 1989 y adquiere un tempo y un sentido autónomos, fundamentalmente enfocados por Chailly como una verdadera danza macabra, como el reverso de cuanto fue entrega, plenitud y realización en el ‘Andante’ (¿la otra cara de Alma?, si nos ponemos programáticos, hasta ‘retratistas’, como en tantas ocasiones se ha dicho de esta galería de supuestas descripciones que sería la Sexta). Chailly acera tanto el ‘Scherzo’ que prácticamente lo deja en la antesala de esa otra sinfonía tan notablemente inspirada/marcada por Alma como lo sería la Décima, más en concreto su ‘Purgatorio’. Por sentido y planteamiento, es este ‘Scherzo’ uno de los movimientos que más ha cambiado con respecto a Ámsterdam (allí, 13:17 minutos en cuanto a duración; ahora, 11:56). Ese cambio es visible en cuanto a requerimientos a la orquesta, aquí más apurada. Su respuesta es muy notable, con un nítido trabajo en cuanto a la fuga de los distintos temas, a su estudio tímbrico entre las distintas voces instrumentales (con un sentido preschönberguiano). Hay un mayor contraste interno, dentro de ese planteamiento más vehemente y furibundo. Sin embargo, ese expresionismo aquí sí buscado por Chailly de forma explícita, choca un tanto con su orquesta, con sus primeros atriles, no tan idóneos para tal sonoridad como sí lo eran los del Concertgebouw; resultando una lectura reveladora de la evolución en el pensamiento del director milanés. Quizás en global su lectura de 1989 sea más impactante instrumentalmente, que no tanto por la novedosa visión que confiere a esta página así reubicada y planteada cual verdadera totentanz.
Por último, el modernísimo y rotundo ‘Finale’ nos vuelve a mostrar una orquesta más refinada que el Concertgebouw en este movimiento, más transparente y nítida, aunque no tan expansiva y rotunda (si bien el ‘Finale’ no era, ni mucho menos, lo mejor de la grabación de 1989). Gran trabajo del primer timbalero de Leipzig en toda la sinfonía, especialmente en este movimiento, así como de un dúo de arpistas excelente. También muy notable el metal, aunque en esa línea de corrección no mordaz ni expresionista que le resta enteros en cuanto a lo emocional, a la oscura y hasta fúnebre sensibilidad de esta página, cargada de presagios que esta lectura no acaba de enfatizar a tumba abierta. Sí, en cambio, está muy acertado Chailly en tempo, muy concentrado y vivo. Su lectura se demora más en los pasajes en suspensión que lo realizado en Ámsterdam, pero dentro de una gran coherencia estructural y sonora, ni tan siquiera quebrada con los dos golpes de martillo que Chailly establece (otro de los temas de debate en el bonus de este DVD), muy ponderados y nada definitivos, completamente engastados en el desarrollo del movimiento. Su sonoridad es concentrada, y para ello Chailly ha encargado (y especificado) un martillo y una caja en Leipzig ligeramente diferentes a lo acostumbrado, con una superficie de impacto a la altura de la cintura del percusionista, lo cual le resta potencia, pero con una arquitectura que hace que el sonido reverbere y se expanda. No es un golpe seco, como las tradicionales disposiciones de maderas en el suelo, por lo que acaba de conformar una sonoridad intermedia entre éstas y el golpeo contra un bombo. Interesante en cuanto a planteamiento, pero no impactante en cuanto a resultado, que es tan medido y cerebral como la lectura en conjunto del movimiento. Sea como fuere, y aunque se eche en falta más carne y espontaneidad, gran ‘Finale’ en el apartado técnico, de sombrío metal en los compases conclusivos y un mensaje no tan funesto como algunas de las lecturas históricas antes mencionadas.
La grabación de esta Sexta sinfonía vuelve a ser, como los precedentes DVDs de Accentus, excelente a todos los niveles. La toma se presenta en PCM Stereo, Dolby Digital 5.1 y DTS 5.1. Los subtítulos en el bonus (de 18:26 minutos de duración) obvian el castellano. La imagen presenta ratio de 16:9 y formato NTSC, con dirección de Ute Feudel; un tanto más nerviosa y movediza que las de Henning Kasten en los DVDs previos. La región del DVD es 0; y su formato, DVD 9, con lo cual la calidad de sonido e imagen es óptima, existiendo la misma grabación en Blu-ray. El libreto está firmado por el propio Peter Korfmacher, con unas líneas muy generales de introducción a la Sexta sinfonía, nuevo capítulo de la que está llamada a convertirse en integral de referencia en DVD de las grabadas este siglo.
15-I-2014