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DISCOGRAFÍA | CRÍTICAS DISCOGRÁFICAS
EL EFECTO FLYNN

PABLO SÁNCHEZ QUINTEIRO


INTERPRETACIÓN | 5,5
SONIDO | 9
·································

3ª SINFONÍA
EWA MARCINIEC
CHOEURS DE LYON-BERNARD TÉTU
LES PETITS CHANTEURS DE LYON
ORCHESTRE NATIONAL DE LYON
JUN MÄRKL

ALTUS 145/6
2 CD | 99.38 (34.05 / 10.11 / 16.25 / 9.42 / 4.04 / 25.11)
01 & 03/II/2007

El Efecto Flynn consiste en la subida continua, año por año, de las puntuaciones de coeficiente de inteligencia de una población, un efecto observado en la mayor parte del mundo. La tasa de crecimiento media está en torno a los tres puntos de CI por década. Trasladando este proceso al mundo orquestal es palpable que en las orquestas sinfónicas de todo el planeta se ha producido su particular efecto Flynn, experimentando década tras década una mejora global en su calidad hasta el punto de que las sinfonías mahlerianas, en un pasado cercano sólo abordables con un mínimo de garantías por un reducido número de conjuntos, son en la actualidad habituales en las programaciones de prácticamente todas las orquestas del mundo. Hemos pues pasado de una situación donde únicamente los conjuntos de las capitales con una mayor tradición musical abordaban y grababan las sinfonías mahlerianas a un escenario en el que no sólo los ciclos mahlerianos sino también sus grabaciones discográficas proliferan en los lugares más recónditos de la geografía del planeta, en muchas ocasiones protagonizados por orquestas de escasa proyección internacional y que sin embargo ofrecen interpretaciones técnicamente impecables. No puedo dejar de citar como nuestro admirado José Luis Pérez de Arteaga en su reseña de esta misma grabación en la revista Diverdi sentenciaba con gran lucidez: “Y es que hoy es más fácil dirigir a Mahler que a Beethoven”. Y es una sensación que uno comparte plenamente a la vista de las muchas orquestas regionales, locales, juveniles, amateurs que se lanzan a grabar a Mahler y sin embargo probablemente serían más recatadas a la hora de presentar al juicio del público una integral beethoveniana. Y la razón esté tal vez en ese efecto Flynn orquestal citado que se refleja en una generalizada competencia técnica que permite a las orquestas lidiar con las virtuosísticas exigencias del guión mahleriano. La interpretación podrá gozar de una mayor o menor coherencia, pero en la mayoría de los casos encontraremos correctamente plasmadas todas las convulsiones emocionales mahlerianas; la desolación de sus movimientos lentos, el optimismo de sus fanfarrias o la grandiosidad de sus explosiones orquestales. Sea por la calidad de sus efectos o simplemente por el boato de sus efectismos la cuestión es que hoy en día orquestas, incluso desconocidas para el aficionado medio, cosechan éxitos generalizados con los pentagramas mahlerianos.

Esta nueva grabación aquí comentada nos permite conocer la correcta labor de una de estas orquestas infrecuentes de la discografía mahleriana, la Orquesta Nacional de Lyon. Se trata de una orquesta muy joven en historia, sólo 26 años en su denominación actual, 40 si se cuenta el período previo como L'Orchestre Philharmonique Rhône-Alpes, pero que sin embargo acomete con relativa solvencia las dificultades técnicas que la Tercera, la partitura más dilatada de Mahler plantea, hasta el punto que se ha permitido llevarla al CD grabándola en condiciones en vivo, en concreto en el “Grand Auditórium” de Lyon. Únicamente se permiten la precaución de combinar distintas veladas. La cuestión que nos surge es lógicamente si esta grabación ofrece algo más que mera suficiencia técnica; si podemos encontrar en ella unas señas de identidad propias que justifiquen su adición a una discografía mahleriana.

Pero antes de intentar dar mi opinión al respecto sí creo oportuno señalar que este CD tiene un indudable valor simbólico puesto que, por increíble que parezca, es la primera grabación de la obra realizada por una orquesta francesa. Aunque en el más del centenar de versiones de la Tercera que Pérez de Arteaga lista en la discografía de su “Mahler” nos encontramos grabaciones procedentes de los rincones más exóticos del planeta, todavía carecíamos de una grabación procedente del país vecino.

Aunque francés es el más eminente especialista mahleriano que la musicología ha dado, la triste verdad es que la resistencia que ya en vida de Mahler encontró su obra en Francia se ha prolongado a lo largo de las décadas subsiguientes, casi hasta nuestros días. Esta resistencia a priori podría parecer justificada tal vez por un inevitable rechazo al profundo germanismo en el que se enraizaba la estética mahleriana. Pero sin embargo no debemos olvidar que Mahler a lo largo de toda su carrera como director teatral fue un firme defensor del repertorio operístico francés. En ese sentido resulta significativo recordar la anécdota que se produjo cuando el compositor checo Josef Bohuslav Förster le pidió a Mahler la partitura de “Los Maestros Cantores” para estudiar su orquestación. Inesperadamente la respuesta de Mahler fue advertirle que esta obra wagneriana estaba “mal orquestada”, recomendándole sin embargo como modelo de orquestación la partitura de Carmen de Bizet “obra en la cual ninguna nota era superflua”. Pero la admiración de Mahler iba más allá del archi-famoso compositor parisino. “Louise” de Charpentier, “Werther” de Massenet y en el terreno orquestal la “Sinfonía Fantástica” de Berlioz fueron algunos de los muchos ejemplos de la música francesa que Mahler admiraba y dirigió con especial dedicación. Sin embargo esta admiración no fue recíproca y la apreciación que su música tuvo Francia en vida del compositor fue realmente discreta.

La primera visita de Mahler a Francia tuvo lugar en 1900, con motivo de la Exposición Universal parisina –por cierto, los carteles le recibieron con un erróneo Malheur, error repetido hasta incluso en alguna grabación discográfica reciente- pero sólo en otoño de 1909 y de la mano del español José Lasalle se estrenó una sinfonía mahleriana en Francia, la Primera. Al año siguiente, ya con Mahler en el podio la Segunda tendría un éxito relativo. Pero el hecho es que, de acuerdo a De la Grange, entre 1912 y 1927 no se tocó ni una sola nota mahleriana en Paris y entre 1927 y 1945 sólo se recogen 10 interpretaciones. Por increíble que parezca la Sexta se estrenaría en Francia en 1966 y la Novena sólo en 1967. No es de extrañar por tanto que hayan tenido que pasar más de cien años para poder asistir a la primera grabación francesa de la obra que ahora nos ocupa y que paso a comentar.

En primer lugar alabar la toma de sonido de Altus, que encuentra un equilibrio perfecto entre la presencia de las distintas secciones y el realismo propio de una grabación en vivo. Sonido sin esa naturaleza, bien seca, bien hiperreverberante, que caracteriza a muchas grabaciones en vivo. Sin exagerar podemos hablar de sonido grabado en vivo con calidad de estudio.

Primer movimiento

La obra se abre con una relativa sorpresa; una fanfarria de lo más peculiar, lenta hasta un extremo inusual y de lo mas discutible en cuanto a que no responde a la indicación Kraftig. Entschieden. Esta moderación inicial se prolonga en los quejidos del viento en el nº2 Schwer und dumpf (1’47”), no suficientemente incisivos, o en las escalas ascendentes de los contrabajos (2’09”), las cuales, aunque intensas, no responden plenamente a la indicación Wild. El primer esbozo de la marcha en el nº11 de la partitura (5’45”), tímidamente recreado, se acompaña de un solo de violín (6’00”) que nos deja prever que no vamos a disfrutar de un concertino de primerísima línea. Curiosamente, por no decir inexplicablemente, se trata del único solista orquestal que es nombrado en el los créditos del CD. La razón sea tal vez que se trata de Jennifer Gilbert, hermana de Alan Gilbert flamante titular de la Filarmónica de Nueva York. En los numerosísimos solos a los que se ha de enfrentar a lo largo de la obra no se va a distinguir precisamente por la calidez y dulzura de su sonido. Probablemente se trata de una noche no especialmente afortunada de la ilustre concertino.

El que no es citado es el trombón principal que ha de lidiar con los tres difíciles solos que Mahler le concede al instrumento. Su lectura del primero de ellos es simplemente correcta; sobria, sin arrugarse pero a la vez me temo que sin aportar una gran expresividad. Con el cierre de esta sección el verano inicia ahora sí de forma inapelable su marcha, y con ella la versión adopta lógicamente una cierta viveza y por fin y afortunadamente una agudeza que hasta el momento brillaba por su ausencia. Llevada a un tiempo vivo –auténticamente enérgico, schwungvoll como pide Mahler- y sin aparentes imperfecciones orquestales sólo pondría como reparo el que le faltaría un mayor énfasis en los clímax como por ejemplo en el gran estallido orquestal que la corona (14’51”).

El segundo solo de trombón sigue sin deslumbrarnos; es tal vez el más discreto de los tres. Tras el, la reaparición de del caos inicial (17’40”) está muy bien recreado. Mi sensación es que es en los pasajes más sutiles en los que la orquesta está más convincente. La reaparición de la marcha (18’05”) es planteada y tocada de forma similar. En medio de su frenesí la magnífica toma de sonido nos permite escucharlo absolutamente todo, por ejemplo las vertiginosas escalas de las arpas en medio de la máxima intensidad del clímax o el canto de los contrabajos (20’23”) –aunque no suficientemente wuchtiger. Sin embargo no siempre brilla la orquesta a este nivel; así, el tormentoso colapso de la marcha resulta menos lucido. En la tormentosa resolución de la marcha (23’16”) Mahler pide a las cuerdas furchtbarer Gewalt una abrumadora energía, pero Märkl o bien no lo pide o bien no lo consigue de sus músicos.

La reaparición de la fanfarria inicial se realiza de forma idéntica a su presentación inicial. Inmediatamente da paso al Solo III del trombón, muy lento y lánguido; una vez más se echa en falta algo más de carácter. Y tras el ya entramos en la conclusión de este épico primer movimiento con el retorno triunfal de la marcha tantas veces interrumpida. Una vez más es en el clímax en este caso ya final (33’30”) donde apreciamos esa falta de brillantez que corone la interpretación. Curiosamente en este pasaje introduce Märkl un curioso retardando (32’54”), uno de los pocos ejemplos de manierismo por su parte. Y es que en la dirección se observa de forma general un cierto celo a la hora de seguir las indicaciones mahlerianas, pero me temo que en determinadas ocasiones se podría decir que éste resulta contraproducente.

En resumen, estamos ante un digno primer movimiento, recreado por la orquesta a un buen nivel medio pero sin llegar nunca a deslumbrar. Desde el podio es una lectura un tanto atípica caracterizada con una evidente contención que nada tiene que ver con lecturas “cerebrales” de todos bien conocidos. Hablaría de una falta de mordacidad, incluso de cierta apatía, en momentos claves. No estamos por tanto ante el mejor momento de la versión, pero como veremos tampoco ante el peor.

Segundo movimiento

La melodía del oboe acompañada por los pizzicati de las violas abre de forma lenta y meditabunda el movimiento, no precisamente gracioso, como Mahler pretende. A 0’25” las trompas en pianissimo muestran cierta flaqueza, pero más problemática resulta la falta de contraste en la lectura. Esta monotonía, desde luego infrecuente, le confiere un cierto aire decadente, nostálgico, al discurso. En el nº3 etwas bewegter (2’27”) por fin Märkl imprime un aire más rápido y vibrante; asistimos por fin el deseado contraste. En el retorno al primer tema Wie Anfang el tiempo es sin embargo ligeramente más rápido. Pero al margen de la cuestión de los tiempos se echa en falta esa sensación de plenitud que caracteriza al movimiento. Decía Mahler que su música es un rumor de la naturaleza, tal vez para hacer referencia al carácter panteísta de su música pero también para evocar esa especial espiritualidad que surge en la comunión con la naturaleza. Nada de esto está presente en esta lectura.

El nº10, retorno del segundo tema Wieder etwas bewegter es nuevamente bienvenido pero la versión del movimiento se decanta definitivamente hacia una lectura otoñal. A 7’32” los gemidos de la cuerda lo demuestran. La coda, muy lenta y delicada, resulta sin embargo intachable. Estamos nuevamente ante una lectura correcta en su ejecución, peculiar en su contención que no creemos contente especialmente al oyente.

Tercer movimiento

Asistimos en el tercer movimiento a lo que será, junto al Adagio final, uno de los momentos más flojos de la interpretación. La apatía que se intuía en los movimientos previos aquí se hace definitoria. Así ya desde el inicio se aprecia como a la cuerda le falta mordacidad y el viento-madera, especialmente las flautas, se muestra sin carácter. Por encima el tiempo resulta excesivamente rápido. Aunque se serena ligeramente (2’20”) esto tampoco soluciona los problemas. Lo que ha de ser una explosión de la naturaleza se convierte en una rutinaria exposición, rígida y me temo que bastante plana.

El sehr breit und züruckhaltend (3’52”) es un buen ejemplo de las limitaciones de la interpretación. Märkl se toma la indicación con tal literalidad que este momento de especial magia -a mi juicio debe obrar una transfiguración en el oyente- se convierte en un pasaje rutinario.

Afortunadamente la transición al primer solo de postillón (5’25”) es excelente, creando una atmósfera misteriosa y sugerente que ahora sí nos hace evocar los rumores de la naturaleza mahleriana. El solo está grabado a un volumen adecuado –no siempre es así- y posee un cierto carácter aunque nuevamente no me convence el tiempo, bastante atípico y excesivamente rápido, y el solista transmite una cierta inseguridad. Por otra parte el sich nähernd, una sensación de aproximación en la música, no se cumple

El retorno de la sección inicial nº17 Mit geheimnisvoller Hast (10’00”) sigue por similares coordenadas, rápido y superficial; nada espiritual desde luego. A esto sumamos que el segundo sólo resulta todavía más decepcionante que el primero y por encima grabado más in die Ferne. Es cierto que debe ser más en la lejanía, weiter Entfernung, que el primero pero a mi juicio Märkl sigue demasiado a rajatabla las indicaciones. Momento clave el pasaje de la transfiguración en la coda (13’56”) en el que está exenta la sensación de revelación, de iluminación. La coda algo atropellada no resulta especialmente cautivadora.

Estamos por tanto ante un movimiento fallido de principio a fin, no tanto por la participación orquestal y de solista como por la conducción espesa de Märkl.

Cuarto movimiento

Este movimiento está dominado por la voz de la polaca Ewa Marciniec a quien los mahlerianos ya conocíamos de su papel como segunda contralto en la Octava de Antoni Wit. Voz no especialmente poderosa ni cavernosa, resulta peculiar por su timbre ligeramente aflautado que no deja de resultar atractivo.

La de Märkl es una recreación lenta, sembrada de dilatadas pausas. Las trompas curiosamente están más acertadas que en los movimientos previos. Más que sumergirse en las turbulentas aguas nietzscheanas es esta una lectura más contemplativa, serena. Märkl adopta el hinauziehen del oboe, perfectamente realizado.

Es significativo el pasaje sehr breit und züruckhaltend (3’52”) con más contención que revelación. En resumen, versión relajada y contemplativa del movimiento.

Quinto movimiento

El Es sungen drei Engel resulta muy rápido y enérgico en parte gracias a la intervención del coro, algo excesivo en algún momento. Lírica pero a la vez incisiva, por desgracia en las estrofas más siniestras resultan algo mecánicas.

Sexto movimiento

La pobre impresión del tercer movimiento había sido en cierto modo compensada por los dos siguientes, a mi juicio más acertados. Nos enfrentábamos ahora a la prueba de fuego de toda Tercera; el movimiento que le da cohesión y sentido a este vastísimo despliegue sinfónico. Muchas versiones hasta este momento excelentes fracasan a la hora de engarzar el dilatado discurso previo con la dialéctica de “lo que me dice el amor”. Sea una visión descaradamente romántica –Bernstein por ejemplo-, expresionista –Sinopoli como no-, objetiva –Zinman- o incluso estática -a la Salonen-, el director ha de conseguir evitar que el expandido movimiento resulte episódico, manteniendo y resolviendo de una forma coherente la narrativa, y sobre todo moviendo y conmoviendo al oyente. En definitiva, ha de conseguir aquello que Mahler, según explicó a Alma, pretendía en su obra “llevarnos a esas regiones en las que atisbamos la eternidad y lo divino”.

Adelanto para aquellos que quieran eludir mi disección de la interpretación –lo cual me parece razonable sin duda- que Märkl fracasa palmariamente en su intento, haciendo una lectura malograda en la que la indolencia se da la mano con la afectación, de tal forma que la perorata final no resulta en absoluto creíble. Aunque irregular no había sido hasta el momento una Tercera especialmente fallida pero este movimiento me temo que es responsable en buena parte de mi discreta valoración.

El discreto arranque se caracteriza por no ser tan fluido como es habitual. Aunque esta falta de decisión en el discurso no tiene por que ser mala ya despierta el temor de que el director no pueda mantener ese pulso reticente, en el límite de seguridad. Y de hecho el resultado en las primeras páginas es aceptable. El tema “parsifálico” (4’08”) como era de esperar se expone de forma dilatada, lento y muy sereno. Hasta aquí una lectura discreta pero aceptable, pero el primer punto de inflexión, la entrada del oboe en el nº 5 noch etwas bewegter se mueve por la misma atonía. Es importante crear tensión en distintos puntos a lo largo del movimiento que no hagan que la lectura caiga en la indolencia. Ese era el riesgo del planteamiento inicial y me temo que Märkl cae en él. Por desgracia la entrada de la trompa (5’42”) resulta igual de blanda y lo mismo sucede con los tremolos de trompas en fortísimo (6’00”). Por encima la larga pausa antes del retorno al Tempo I (7’05”) intensifica la sensación de indolencia. Ya podemos hablar de afectación. Inevitablemente el discurso se cae. Por encima esa obsesión de Märkl de seguir las indicaciones de Mahler vuelve a ser su mayor enemigo. Así en el nº10 nicht eilen –no acelerar- (8’00”) mantiene el tiempo inicial al pie de la letra cuando es evidente que la música pide una cierta enfatización. Märkl está convirtiendo lo sublime en un viaje entre espesas brumas.

Esto hace que la nueva aparición del viento -camerística (flautas, clarinete y oboe) (8’47”) resulte sutil, etérea pero sin embargo incoherente. Afortunadamente en el crescendo subsiguiente (9’20”) donde versiones lentas fallan Märkl mantiene algo el impacto pero aun así no es suficiente. Tampoco la orquesta aporta un color especialmente bello; por ejemplo el áspero solo de violín acompañado por las trompas (10’20”).

La sensación es que la orquesta acaba contagiándose de la atonía y en el etwas bewegter (ligeramente más rápido) (10’50”) la sensación que se transmite es justo la contraria, de enlentecimiento. Un nuevo crescendo bruckneriano, en el nº17 Sehr leidenschaftlich, noch bewegter (12’30”) se acompaña de un incoherente decelerando y sobre todo de una ausencia de pasión. La apatía invade otra vez la lectura de tal forma que cuando llega el clímax (13’50”) parece más bien una explosión caprichosa, a la vez que, una vez más, no es los suficiente sehr bewegt.

Esto es todavía más acuciante en el siguiente clímax (16’10”) en el que los timbales que deben tocar ff nos resultan indiferentes, nada impactantes (16’29”). Al momento Mahler pide noch stärker werden (16’53”) lo cual aprovecha Märkl para desplegar una estridencia fuera de lugar, realmente molesta. Y así podría seguir citando el discreto solo de flauta en el nº25 (18’19”) o el pesante coral del metal nº26 (18’49”) que efectivamente debe ser sehr langsam pero que nos hace darnos cuenta de cuan errónea era la interpretación de Märkl del Langsam inicial. Ya en el crescendo definitivo (21’00”) se desata una energía indudable aunque ya no creíble. Por otra parte el straussiano climax (22’13”), verdadera realización de la obra, lo carga de una gravitas excesiva ¡El movimiento ya no es lo que dice el amor sino el terror!

La obra se cierra con gran energía -fuera de lugar a la vista de lo que ha precedido- y con un último golpe de timbal excesivo en su intensidad. El aplauso inmediato del público o bien demuestra que el público no supo interiorizar la pretendida profundidad de esta versión, o que tal vez tuviese demasiada prisa por marchar, o -lo más probable- que la música de Mahler puede sobrevivir incluso a una floja lectura como esta.

15-VI-2009


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