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DISCOGRAFÍA | CRÍTICAS DISCOGRÁFICAS
PLÁSTICAMENTE CORRECTO, ESCUETO DE MÍSTICA

ALBERT FERRER I FLAMARICH


INTERPRETACIÓN | 6
SONIDO | 9
·································

6ª SINFONÍA
LONDON SYMPHONY ORCHESTRA
VALERY GERGIEV

LSO 0661
SACD | 77.11 (21.59 / 13.53 / 12.34 / 28.45)
22/XI/2007

A excepción de una Quinta recogida en vivo en 2001 con la Filarmónica de Rotterdam en una lectura no muy sensacional, según la valoración de Pérez de Arteaga en su monografía, el Mahler de Gergiev resulta desconocido para el melómano común. Más si sus visitas a España se centran en otros títulos. Por ello esta primera entrega de la integral del director ruso despertó un considerable interés. Como de costumbre en la discográfica de la London Symphony, la matriz del registro son las sesiones de concierto celebradas en el Barbican londinense, en este caso de noviembre de 2007, que se presentan tapizadas con la supresión de aplausos y la mayoría de sonidos ambientales tras el paso por el laboratorio del sello británico.

Se trata de una de las lecturas más rápidas de la discografía (77’11’’). He ahí, la igualdad con Bernstein (Sony) y los diez minutos menos frente a Horenstein (Unicorn), que justifican el lanzamiento en un sólo compacto con el consecuente ahorro en la edición y en el precio. En lo interno, la sensación es que presenta un Mahler sin llegar al centro conflictivo y oscuro de éste. Algo fundamental en la Sexta. El efecto electrizante de la portada -puro marketing- sólo se logra por la vía de un tempo rápido, urgente como, por ejemplo, en el finale.

No cuesta percibir que Gergiev no opta por la pesadez: es ágil y llega a demostrar cierto virtuosismo pero la lectura carece de la versatilidad idiomática de Kubelik (Audite) y, en conjunto, resulta algo decepcionante para un director de su prestigio. Lo inédito no se revela y su concepción, postmoderna por caminos distintos al de los constructivistas como Chailly, Rattle o Tilson Thomas, no abunda en ideas: bastante expositiva, previsible y, aunque no hay caídas de tensión, acusa cierta literalidad bañada en una atmósfera algo conformista (por ejemplo, la repetición o el retorno al “energico” tras los cencerros del primer movimiento). Aspectos, en modo alguno, similares a la serenidad desprovista de pathos de Jansons (RCO Live), ante los que cabe preguntar: ¿dónde está el presagio, el sueño turbador y la lucha interna entre el bien y el mal, entre el destino inexorable y la superación de éste? La tan apelada noche oscura del alma poco tiene en común con las de Mitropoulos, Barbirolli, Horenstein o Bernstein. Ello se debe, en parte, a esa claridad que Gergiev privilegia llevando el sonido siempre en un primer plano sin atreverse a jugar la baza de las superposiciones. No carga las tintas ni quiere aumentar la trascendencia que implícita en los pentagramas por la vía de la pasividad, de la prosopopeya, de la opulencia o de la lentitud. Los directores citados son todos más visionarios, ásperos, dramáticos, excitados, e incluso avasalladores, sin perder la concentración interna y la cohesión estructural. Podría decirse que más bipolares en la dualidad de tensión y distensión, de fuerza y recogimiento. Así pues, en Gergiev no parecen verdaderos el padecimiento y el sentimiento de tragedia inexorable: resulta más tumultuoso que oscuro, ominoso o cargado de malos presagios (especialmente en el finale. También los otros pasajes con cencerros en el segundo y cuarto movimientos se hallan casi en las antípodas de la sorprendente estilización de, por ejemplo, Christoph Eschenbach para Ondine y cuesta entender el encuentro del espíritu y de la soledad que es lo que simbolizan).

Sin duda, hay atención al detalle y mucha belleza en un sonido de conjunto al que no le falta fuerza. Y es que Gergiev quiere atrapar desde el inicio por la vía de la brillantez y ello acaba pasando factura al carácter interno de la lectura que en nada se asemeja al ascético y austero Abbado de la segunda serie. Cabe destacar el uso inteligente del rubato y los ritardandi que resultan consecuentes a la lectura. No obstante, queda lejos del rotundo paradigma de Solti (Decca) en cuanto a masividad sonora. Como en el caso del húngaro, los ataques de timbal son de los más contundentes de la discografía (basta con el 1’47’’del movimiento inicial). Por otro lado, deben obviarse los desajustes lógicos de unas sesiones en vivo, a su vez que leves estridencias –apreciadas en otros registros recientes de la orquesta- en las dinámicas más fuertes de las trompetas principales (por ejemplo, en los 20’47’’ también del primer movimiento).

Para quienes consideren a Alma como la engendradora virtual de la obra –leo a Pérez de Arteaga- encontrarán en Gergiev un sustento a la hipótesis: la aparición de su tema resulta confortante incluso en la coda forzadamente triunfalista del movimiento inicial que Gergiev casi sublima con un convencimiento y energía innegablemente optimistas. Por otro lado, el Adagio pasa por ser uno de los más lúcidos y controlados, como si se avergonzara de resultar sentimental. Un movimiento que sigue las últimas instrucciones de Mahler, es decir, aparece en el orden Andante-Scherzo preparándonos mucho mejor para el finale sin perder la consideración a las buenas razones harmónicas y vínculos temáticos de quienes hoy día aún defienden la secuencia original Scherzo-Andante.

En resumen, a pesar de las reservas expresadas –sobre todo por la falta de una visión honda de la pieza-, la propuesta es muy buena plásticamente y su adquisición está justificada para los amantes de la obra o del director. Ello no evita afirmar la carencia de nuevas referencias entre tantas lecturas recientes, no tan profundas y complejas como en otras épocas. Parece que algunos seguirán en su pedestal.

04-VI-2009

© gustav-mahler.es