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CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
LONDON · 11/SEPTIEMBRE/2014 · ROYAL ALBERT HALL · PROM 73

MARK BERRY


3ª SINFONÍA
GERHILD ROMBERGER
TOMANERCHOR LEIPZIG
DAMEN DES CHORES DER OPER LEIPZIG
DAMEN DES GEWANDHAUSCHORES
GEWANDHAUSORCHESTER LEIPZIG
ALAN GILBERT

Sería injusto resumir el concierto en una frase al estilo de: “Senador, usted no es Leonard Bernstein.” Injusto, pues supondría ignorar la excelencia de la interpretación, tanto de los músicos de la Gewandhaus de Leipzig como de todos los cantantes: Gerhild Romberger , los niños y las mujeres del Coro de la Gewandhaus y las mujeres del Coro de la Ópera de Leipzig. Y sin embargo me temo que esta frase no traicionaría mínimamente mis impresiones acerca de la dirección de Alan Gilbert, así como de sus comentarios en una entrevista televisiva. Mahler soporta un buen número de alternativas interpretativas –de hecho se recrea en ellas-, con lo que uno debe ser autocrítico, evitando o al menos estando en alerta ante actitudes a la Beckmesser, por las que a veces renegamos de lo nuevo simplemente por su novedad. Sin embargo esto no significa que todo, absolutamente todo, valga.

El talón de Aquiles de la interpretación de Gilbert fue su falta de coherencia estructural, o cuando menos, su incapacidad para transmitir su propia idea de la interpretación. Por un lado parecía seguir a Bernstein al pie de la letra –lo cual paradójicamente contraviene el credo del propio Bernstein– en la línea de lo citado en esa entrevista: “Pude escuchar a Leonard Bernstein … ensayando la obra en una ocasión. Me dijo: “¿Sabes qué? Finalmente, tras todos estos años, he encontrado la respuesta a esta pieza. No es más que una pesadilla formada por una sucesión de marchas. No deberías intentar conciliarlas; solo vivir el momento.” No niego que no se pueda seguir esta filosofía, pero sólo cuando uno ha interiorizado suficientemente la obra. Y, a pesar de no utilizar partitura, la comprensión de Gilbert no me pareció más allá de epidérmica. Por otra parte, en cuanto a su extravagante afirmación en dicha entrevista de que antes de Bernstein no existía tradición vienesa mahleriana, mejor me abstengo de opinar.

El primer movimiento sonó tal como Bernstein se lo describió a Gilbert... salvo en una cuestión: no resultó excesivamente onírico. La Gewandhaus desplegó una abrumadora expresividad, pero me temo que su sonido era más áspero de lo habitual; como si se le hubiese pedido imitar a la Filarmónica neoyorquina de Gilbert –o Bernstein. Pero no encontré por ningún lado fue la coherencia formal –entendiendo forma en términos dinámicos, no estáticos– que uno ha disfrutado en directores tan distintos como Abbado, Boulez, Haitink, Horenstein, o incluso Bernstein. (Eso sí, no me hubiese importado haberme ahorrado la gesticulación a la Bersntein: en un momento dado Gilbert estuvo a punto de salir volando ¡Sin dudarlo la hubiese cambiado por la elegancia y la economía de medios de los tres primeros directores citados!) Al menos, en buena parte del movimiento, fue patente un sentido del ritmo, aunque su vinculación con la armonía parecía ajena al director. Esta sensación positiva me temo que se disipó con rubato discutible y unos cambios de tiempo, que introdujeron una sensación de inestablidad, pero en el peor sentido del término. Sin duda todo esto será considerado por algunos como “excitante”, pero para mi, sin el necesario control estructural, la excelente interpretación orquestal más que de una sinfonía parecía tratarse de una dilatada suite orquestal. El sprint final del movimiento, aunque fue muy bien realizado por los intérpretes, resultó vulgar sin paliativos – todo lo contrario a una vulgaridad controlada o intencionadamente trasladada a un contexto elevado.

El Segundo movimiento fue una divagación -típica de un Rattle (o más bien del Rattle reciente). Predeciblemente, el ritmo en seguida se fue moldeando de una forma exagerada, con abruptas variaciones de tiempo. De hecho algunos motivos fueron llevados a un tiempo tan rápido que parecían más propios de un ballet que de una sinfonía ¿Mahler a la Delibes? Es sólo un punto de vista, supongo, pero me temo que esto es lo mejor que puedo decir. El Tercer movimiento osciló absurdamente entre las tendencias “balletisticas” y la imitación de la “casa de los horrores” de Bernstein –esta hubiese sido más apropiada para la Séptima Sinfonía. El problema fue que todo surgía de la nada y que todo el movimiento era injustificadamente acelerado. Al menos los solos de postillón fueron interpretados hermosamente – como todo lo demás, de hecho.

Gerhild Romberger hizo una excelente lectura de ‘O Mensch!’ aunque sonó mucho más como mezzo que como contralto. A diferencia de Gilbert, la suya fue una interpretación de abrumadora honestidad, en la cual las palabras y la música, suponían mucho más que la suma de las partes. La concepción de Gilbert, aunque contenida (creo que gracias a la presencia de la solista), resultó exageradamente “operística”, obviando la esencial simplicidad, pero en el fondo sofisticación, de este Lied. El Quinto movimiento se abrió con tanta tos y estornudo como canto. Una vez que cesó la contribución del público la excelencia mutua del canto y de la interpretación fue indudable. (Dicho esto, la dicción de Romberger resultó en este caso menos clara.) Fue llevado a un tiempo rápido, pero al menos, no exageradamente rápido.

Finalmente el gran Adagio –estrictamente hablando, Langsam – resultó excepcionalmente bueno. Al menos la música pudo hablar por sí sola. Las cuerdas de Leipzig exhibieron un sonido primorosamente cálido, con la sensibilidad necesaria para dejar que la armonía mahleriana prevaleciese. Aunque rítmicamente no fue tan consistente como sería deseable, la interpretación supuso una indudable mejora sobre lo visto previamente. Y ni que decir tiene: el sonido de esta gran orquesta siguió siendo una maravilla por sí solo.

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