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A CORUÑA · 11/OCTUBRE/2013 · PALACIO DE LA ÓPERA

PABLO SÁNCHEZ QUINTEIRO


4ª SINFONÍA
NICOLE CABELL
ORQUESTA SINFÓNICA DE GALICIA
LAWRENCE RENES

(+ SAMUEL BARBER & ANTÓN GARCÍA ABRIL)

Tras cinco años la Cuarta de Mahler volvía al Palacio de la Ópera. Era la cuarta Cuarta que le podía escuchar a la Sinfónica de Galicia. Tras tres interpretaciones bajo la batuta de Víctor Pablo, poder disfrutarla bajo una batuta diferente constituía un indudable aliciente. Un relativamente joven poco conocido director, el joven holandés Lawrence Renes era el elegido. Según las notas al programa, sigue una carrera centrada en el foso operístico. De hecho su curriculum vitae se reduce en las notas a un par de exiguos párrafos; todo un ejercicio de modestia, inusitada por estos lares. La popularidad recaía en la solista, la californiana Nicole Cabell, ganadora del célebre concurso galés, Singer of the World. En los anteriores conciertos que comento habían asumido su papel en la obra la gallega Laura Alonso (2008) y la alemana Christiane Olze (2004). Como se ve, es una obra que reaparece cada cinco años en los atriles de la Sinfónica de Galicia y que por tanto los músicos conocen al dedillo.

Esta Cuarta fue radicalmente distinta a las anteriores, y en general a cualquier concepción habitual de la obra. Frente a las lecturas neoclásicas, joviales, extrovertidas, Renes construyó una Cuarta sombría, nostálgica, totalmente introvertida, en la que se renuncia a cualquier efusión gratuita. Es sorprendente como un joven director sigue una concepción tan atípica, más propia a priori de directores más otoñales.

Aunque este enfoque comentado fue una constante en los cuatro movimientos, lógicamente en el que más llamó la atención fue en el pretendidamente “neoclasico” primer movimiento. Renes marcó de principio a fin un tempi moderado, muy contenido, refrenando los impulsos más vitalistas y huyendo de cualquier exceso en los clímax. Tras la introducción, llegamos a la sección Frisch: raramente se puede escuchar menos efusiva. El tempi era tan cansino que cuando llegó el Plötzlich langsam und bedächtig (repentinamente lento y deliberado) fue imposible transmitir cualquier sensación de cambio.

Renes se volcó sin embargo en las secciones líricas de este primer movimiento, ralentizando lo máximo posible el tiempo y buscando dinámicas intimistas. Claramente anticipaba la atmósfera del Ruhevoll. La duración de este primer movimiento dice mucho; 17'36”. En la ingente discografía de la obra se cuentan con los dedos de las manos las versiones que superan esta minutación. Repasando el listado me doy cuenta de lo mucho que la interpretación de Renes puede haber bebido de la sorprendente y polémica de Sir John Barbirolli en BBC Legends. Ambas son igual de atípicas en lo introspectivo y ambas acentúan el lirismo del primer movimiento al máximo, para llegar al éxtasis en hermosísimos Ruhevoll.

Como curiosidad me parece pertinente apuntar que en la habitual polémica sobre el ritenuto en el arranque de la obra, Renes se alinea con los que se saltan a la torera la indicación de Mahler, aplicándolo uniformemente a toda la orquesta ¡Misterios de la interpretación mahleriana! A veces le dan a uno ganas de lanzarse a preguntarle al director si no tiene ojos en la cara. Aunque esto es un aspecto muy secundario no es por ello menos controvertido. Si Mahler escribe en la partitura estas indicaciones aparentemente contradictorias o sin sentido es por algo, no cabe duda. Que los directores no las comprendan no debería ser una excusa para que sean ignoradas.

Fue una lectura uniformemente moderada, contenida, creando una atmósfera sombría, en ocasiones claramente pesante. La orquesta estuvo fantástica en la realización, a muy buen nivel todos los atriles. Se apreciaban varias caras nuevas y sorprendentes ausencias, que imaginamos serán temporales. Entre los fichajes volvió una vez más a la orquesta -ojalá sea por muchos conciertos- un trompa de auténtico lujo, el gallego David Fernández, quien forma parte de la Orquesta de Valencia a la que llegó procedente de la Radiodifusión Bávara. Dado el trascendente papel de la trompa en esta sinfonía fue un privilegio seguir las intervenciones de David Fernández. Estuvo sublime toda la noche, muy seguro y extrayendo de su instrumento un sonido hermosísimo que empastaba mágicamente con otras secciones de la orquesta, incluido en el dificilísimo segundo movimiento. Es de justicia reconocer que las cuatro trompas estuvieron conjuntamente brillantes, como también las trompetas, impecables en todo momento.

Aunque fue una Cuarta sin tacha técnicamente, se echó en falta algo -como en la primera parte del concierto- un pequeño plus de mordacidad, de impacto. Peor lo cierto es que la concepción tan crepuscular de Renes no invitaba a grandes efusiones.

Un buen ejemplo de esto lo fue el clímax central del movimiento, designado por Mahler como Wild. Frente a la explosión de decibelios de la obra de García Abril en la primera parte, debió dejar al público bastante frío. Estaba claro que en Mahler no era precisamente efectos lo que buscaba Renes. De hecho en ese mismo Wild, más que en el propio clímax Renes pone toda la carne en el asador en el colapso que lo sucede; fantástico momento clave mahleriano que anticipa los colapsos del Andante comodo de la Novena.

En resumen, fue un primer movimiento interpretado de forma sesudamente atípica. Imagino que al público no le enganchó excesivamente la propuesta de Renes y en cuanto a la crítica, así se demostró en las reseñas que adjunto al final de la crónica.

El segundo movimiento fue menos extremista, pero siguió predominando un claro predominio de lirismo. Nada que ver con la Totentanz con la que Mahler lo describió en su día. Tampoco fue especialmente demoníaco el sonido del concertino en scordatura que de acuerdo a Mahler “debería sonar chirriante y áspero como si la propia Muerte lo tañese”. Los tríos, no es una sorpresa, fueron moderados, líricos. Una vez más todo apuntando hacia el inmediato Ruhevoll. Por otra parte, en estos tríos no hubo el más mínimo lugar para la reticencia o la ironía, una opción habitual que a Renes no parece interesarle. 9'25” fue la duración del movimiento, en este caso mucho más canónica.

Llegaba el Ruhevoll y éste fue como soló podía ser tras dos movimientos tan precisamente ruhevollianos; un despliegue de belleza y sensibilidad que Renes condujo magníficamente, exprimiendo en cada pasaje la última gota de lirismo. Fue un Ruhevoll cien por cien Adagietto. Tal vez esto suene peyorativo, pero ese estoicismo que Renes aplicó a los dos primeros movimientos impidió que el movimiento se quedase en lo puramente hormonal para dejar una huella mucho más profunda. El tiempo, sobre todo en las primeras variaciones, fue hiperestático. Hermosísimo el Viel langsamer con el oboe soberbio de Casey Hill. Tras él llegó el primer tutti que en este caso sí se le fue de las manos al director, pues fue tan brutal que superó a los del primer movimiento e incluso a la explosión del Vorwärts que cierra el Ruhevoll. El anmuthig bewegt como era de esperar fue contenido pero fluido ¡Fantásticos los solistas en el trío de oboe, corno inglés y trompa que da paso a un nuevo tutti, en este caso mucho mejor construido y menos discordante! Y ya hacia el final Renes construyó un Andante subito dilatadísimo hiper-estatico -fue el único momento claramente excesivo. Este dio paso al difícil Vorwarts anteriormente citado que fue recreado de forma dilatada e impactante, aunque resultó un tanto minimizado ante los tuttis previos.

La duración fue 21'22”; hay en este caso ejemplos mucho más hipertróficos en la discografía, pues sin duda fue una lectura más contrastada que el primer movimiento.

En el final Renes también acentuó el contraste entre las diferentes secciones, en yendo desde la máxima contención en la introducción a una máxima -esta vez sí- mordacidad en los ritornellos instrumentales. Discreto encanto de la solista que hizo una realización simplemente correcta lo cual no es poco; puso lo suficiente de su parte para el disfrute del Lied. Ni la forma en que se maneja en las agilidades ni el color de su voz le permiten brillar extraordinariamente en este Lied, pero esto lo compensa parcialmente con musicalidad, afinación y fraseo. Faltó ese más indefinible. Un buen ejemplo fue el glissando en dazu lacht que tanto ella como el director virtualmente lo ignoraron. Pero fue globalmente una recreación agradable, sin excesiva teatralidad, ni ironía, predominantemente bucólica y nostálgica, perfectamente coherente con los movimientos anteriores. 9'13” fue la duración. El público, asombrosamente respetuoso, esperó unos diez segundos para a continuación ofrecer cinco minutos de generosas ovaciones.

Por secciones las trompas recibieron el más sonoro reconocimiento.

En resumen se trató de una Cuarta atípica, muy interesante y estimulante, que uno personalmente agradece pero que también entiendo que salvo en el Ruhevoll no pudo despertar grandes pasiones entre público y crítica.

El programa se abrió con una interpretación correcta del Knoxville de Barber, en la que me gustó especialmente la segunda parte, pues en la primera, la más descriptiva, por momentos onomatopéyica, faltó algo de mordacidad tanto en la cantante como desde el podio. Cabell destacó en los punzantes y hermosos agudos finales de la obra.

Esta primera parte se cerró con la obra del homenajeado García Abril; Hemeroscopium. Se trata de una obra no muy inspirada, excesivamente efectista y reiterativa, en la que se desperdicia una amplísima plantilla orquestal. Aunque tanto orquesta como director pusieron todo de su parte no consiguieron disimular las carencias de esta obra del turolense.

Añado los reticentes comentarios de la crítica coruñesa en lo que respecta a esta Cuarta de Mahler:

En La opinión Julio Andrade Malde escribe:

Versión estimable, aunque con algunos desajustes, de la Cuarta de Mahler; hemos escuchado interpretaciones muy superiores en esta misma sala y por esta misma orquesta. Eso sí: la voz maravillosa de la soprano Cabell, una lírica de cuerda aterciopelada, y perfecta escuela, iluminó el cuarto tiempo.

En El Ideal Gallego Eulogio Fernández-Albalat se extiende algo más:

El grueso grosso modo del programa fue la Sinfonía de Mahler. Cuántas versiones diferentes de esta obra hemos escuchado, interpretadas incluso por mismos intérpretes, pero con diferentes resultados. La de este viernes no creemos que pase a la historia. Reconociéndole oficio a Renes, debería haber sido más detallista con los aspectos interpretativos que guardan relación directa con las emociones. Nos referimos a detalles de agógica y fraseo que con una lectura más profunda y nítida hubieran conseguido elevar esta obra a la categoría que le corresponde por derecho propio.

Dado que el programa fue interpretado el día previo en Vigo podemos adjuntar la reseña de Octavio Beares en el Faro de Vigo. En este caso mucho más entusiasta.

Para el cierre la Orquesta Sinfónica de Galicia, que fue ya perfecta en su ejecución de la primera parte, nos reservó una temperamental obra de Mahler. Sinfonía de postromanticismo eufórico, una de las más admiradas del opus del compositor checo para un final redondo. Mahler es torrencial y también delicado, entre la marea tormentosa y la calma bajamar, su música se expandió firmemente conducida por la batuta de Lawrence Renes, ribeteada finalmente, como cabía suponer, por la elegante voz de Nicolle Cabell. La ovación de un teatro no colmado pero muy nutrido fue el veredicto definitivo. Mahler es una carta ganadora, si se juega bien. Un final redondo para un evento que, por cierto, no se quiere de élite.

© gustav-mahler.es