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LONDON · 09/JULIO/2013 · WIGMORE HALL

MARK BERRY


LIEDER AUS DES KNABEN WUNDERHORN
ANNETTE DASCH
HELMUT DEUTSCH

(+ ZEMLINSKY & SCHÖNBERG: LIEDER)

Unos intérpretes comprometidos y un programa fascinante construyeron un excelente recital. Annette Dasch –a quien lo último que le había escuchado fue su Elsa del “Lohengrin” de Bayreuth del año pasado- se me mostró igualmente como una subyugante liederista. Por su parte Helmut Deutsch no necesita presentación como pianista acompañante, pero su categoría artística propia no debería pasar inadvertida.

La primera parte se centró en diez de las canciones de Mahler inspiradas en el mundo del Wunderhorn. En “Rheinlegendchen” Deutsch trazó una introducción deliciosamente lenta y subyugante. Tanto su ritmo como incluso su armonía nos transportaba a los Brettl-Lieder de Schoenberg. Por su Dasch dejó claro desde un principio que iba a extraer el máximo del texto; por ejemplo en el verso en el que nos cuenta como “el diminuto anillo de oro es tragado por un pez” para ser servido “en la propia mesa del rey”. A este Lied siguió sin descanso un combativo “Trost im Unglück”. Dasch recreó dos “voces” distintas para el húsar y para la chica, cuyo “Ya he tenido lo mío” –“Und geh’ du nur hin, Ich had mein Teil”- fue mascullado a través de unos dientes perceptiblemente apretados. “Zu Straßburg auf der Schanz” se benefició de una atmosférica introducción pianística, realzando con un acertado uso del pedal la melancólica trompa alpina. Las disonancias que recorren tanto esta canción como el “Wo die schönen Trompeten blasen” sonaron de lo más incisivas con este limpísimo “acompañamiento” pianístico que en la habitual versión orquestal. El “Lied des Verfolgten im Turm” constituyó otra oportunidad -bien aprovechada- para que Dasch diferenciase a los personajes. La casi fantasmagórica claridad de la parte pianística me sonó genuinamente debussyana.

La primera parte del recital alcanzó un profundísimo centro de gravedad con “Wo die schönen Trompeten blasen” y el subsigiente “Urlicht”. En el primero se nos concedió un cierto consuelo, tan sincero como vano: “Willkommen, lieber Knabe mein, So long hast du gestanden”. Era evidente que no alcanzaría más allá de la propia conclusión de la canción. ‘Urlicht’ exhibió un extraordinario sentido de “revelación” principalmente gracias a esa escurridiza capacidad de las palabras y de la música de “hablar por si sola”. Su estático progreso despertó el apetito por el resto de la Segunda Sinfonía, pero sin embargo lo que siguió fue una sardónica –aunque puntualmente escalofriante- realización de “Wer hast dies Liedlein erdacht?”. El periplo de “Ich ging mit Lust” fue recorrido con amor y conocimiento. Un alarde de conocimiento sin duda presente en el subsiguiente “Verlorne Müh”. La indiscutible sofisticación de Mahler fue patente -como debe ser- incluso aunque en la superficie nos pudiese parecer simple. “Scheiden und Meiden” coronó la selección del Wunderhorn; un ambiguo clímax mahleriano, pero de lo más apropiado.

La segunda parte se abrió con los interesantes Lieder de Zemlinsky. Su “Altdeutsches Minnelied” resultó más lineal que las canciones mahlerianas, tanto en cuanto a la propia obra como a su interpretación. Pero la parte pianística ciertamente no estuvo desprovista de sutilezas. La canción del Wunderhorn “Das bucklichte Männlein” pertenece armónicamente a otra categoría: es patente la distancia cronológica entre las dos canciones: 1895-6 y 1934, respectivamente. Esta extraordinariamente tardía canción suena más post-Schoenbergiana que cualquier otra cosa que haya escuchado de Zemlinsky: un verdadero descubrimiento para mi (en todos los sentidos). Dasch y Deutsch ofrecieron una interpretación muy animada, en la que cada nota y cada palabra resultaban trascendentes. La extraordinaria realización vocal de Dasch en las dos últimas líneas, susurrante y grotesca, resultó escalofriante: ‘“Liebes Kindlein, ach, ich bitt, Bet’ für’s bucklicht Männlein mit!”. El jorobado –¿remedo de la conocida fealdad de Zemlinsky?– imploraba al buenamente al niño, a la vez que rezaba por él. “Entbietung” y “Meeraugen” se basan en textos de Richard Dehmel de 1898. Ambos nos trasladan al mundo tristanesco. Dasch dejó que sus cualidades como soprano “hochdramatisch” se luciesen. El erotismo impulsivo de la primera de las dos condujo a una realización exquisita de la segunda, en la que puntualmente sentimos como la tonalidad se suspendió.

Era inevitable pensar en Schoenberg; quien llegaría de forma exitosa en el bloque siguiente. En primer lugar nos esperaba otra canción del Wunderhorn: “Wie Georg von Frundsberg von sich selber sang“. Aunque supuso un aparente retorno a la concisión, la parte de piano -especialmente en las manos de Deutsch- pronto se independizó adquiriendo una cualidad brahmsiana en cierto modo característica del compositor. La interpretación de Dasch una vez más se benefició de su experiencia operística pero sin dejar nunca de ser fiel a la tradición liederística. Sería excelente escuchar más Schoenberg de estos artistas especialmente en disco. “Warnung” es otra canción de Dehmel. Resultó atinadamente inquietante, con una violencia musical reflejo de la del texto con sus sabuesos y sus “claveles rojo sangriento”. “Mädchenlied” resultó tan erótica como cualquier obra de Berg podría serlo. La complejidad musical, tanto de la obra como de la interpretación nos introdujo en un laberinto. “Der Wanderer” dejó claro que es la más claramente Tristanesca de las canciones de Schoenberg. Nos evocó el “Meeraaugen” de Zemlinsky, incluso yendo todavía más lejos en su aproximación a la atmósfera de otro planeta.

Aunque soporto con dificultad las operas de Korngold –ni arrastrado por caballo salvajes volvería a otra interpretación de “Das Wunder der Heliane” –hay en sus canciones un auténtico talento para disfrutar. “Schneeglöckchen” abrió el bloque, confiriendo al recital un interesante cambio de registro interpretativo: Romanticismo tardío, o como se le quiera llamar, pero afortunadamente en absoluto exagerado. Deutsch en particular ofreció una fina intuición armónica sabiendo crear el suspense necesario. “Die Sperlinge”, otra canción de Eichendorff, en este contexto parecía casi un Scherzo, aunque con una conclusión oportunamente radiante, una verdadera impresión de “extroversión”. Este último aspecto estuvo también presente en la siguiente “Was Du mir bist”’ aunque en este caso si hubo un exceso de énfasis: más debido a la obra que a la interpretación. De la misma manera, en el final de “Mit Dir zu schweigen”, la sensación fue de un exceso de Jugendstil. Un color más a la Bauhaus habría sido un buen antídoto. Dicho esto, las interpretaciones fueron excelentes; el final “Welt ist stille eingeschlafen” supuso una consumación musical y verbal. Como propina escuchamos el texto de Shakespeare “My mistress’ eyes” (Soneto 130), cuya ambivalente progresión armónica me retrotrajo al “Abschiedslieder” e incluso a la tardía Sinfonía en fa sostenido mayor. (Curiosamente, ambas piezas pueden ser encontradas en un excelente CD del tardío Edward Downes.)

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