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CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
LONDON · 04/ABRIL/2013 · BARBICAN HALL

MARK BERRY


5ª SINFONÍA
LONDON SYMPHONY ORCHESTRA
NIKOLAJ ZNAIDER

(+ MOZART: CONCIERTO PARA PIANO Nº25)

Nos aguardaban obras de Mozart y Mahler bien distintas; ambas piedras de toque para cualquier director. Aunque el Mahler de Nikolaj Znaider será muy diferente dentro de diez años -ni que decir tiene dentro de cuarenta- el danés estuvo más que a la altura. Antes, en Mozart, lo más sorprendente fue la revelación de un espíritu mozartiano del cual huyen no pocos directores, incluso de los más experimentados. El ritornello inicial del concierto veinticinco resultó muy incisivo, majestuosamente poderoso, acentuado con imaginación pero si ser en lo más mínimo pretencioso. El mismísimo Sir Colin Davis no se hubiese avergonzado ante los resultados. No hubo -gracias, Dios mío- el absurdo de trompetas "naturales" o mazas duras en los timbales; ninguno de esos irritantes "efectos" empleados para hacernos olvidar que el director no tiene la menor idea ni del ritmo ni de la armonía de la obra. Y si así fue la aportación de Znaider y la LSO la respuesta de Piotr Anderszewski fue delicadamente graduada, especialmente en el diálogo con las maderas, las cuales demostraron, sin excepción, su habitual exquisitez. La recreación de Anderszewski rebosó caracter, aunque en algunas ocasiones pudo caer en la "neutralidad" que lastra muchas interpretaciones del concierto en do mayor de Mozart. Sus trinos con la mano izquierda fueron subyugantes, aunque la fragmentaria cadencia -presumiblemente de su autoría- no lo fue tanto. El movimiento lento fue tocado de forma serena, dilatada y llevado a un tiempo moderado; es decir, lo último se espera uno en la actualidad. Entre todos los aspectos fue crucial para su éxito su habilidad en el fraseo. En resumen, un auténtico movimiento lento y no sólo en términos de tiempo. (Tristemente, los bronquíticos, los rascadores de piernas, los alardeadores de joyas, los entusiastas de relojes con alarma y otras fuerzas terrorísticas eran numerosos; pero molestaban más que abrumaban.) Los ornamentos de Anderszewski resultaron sensatos en cuanto a su estilo y a su ejecución. El final se benefició del un tiempo bien elegido que permitió que aflorase la gracia y vitalidad. En ocasiones el sonido de Anderszewski fue para mi gusto bastante seco -a la Gould se podría decir- pero lleno de contrastes, nunca rutinario. Una vez más, Znaider demostró su afinidad por Mozart, alerto tanto a la armonía como al ritmo, también muy flexible. Los solistas de madera de la LSO mostraron una vez más el máximo de su nivel -y a la vez el de Mozart ¡Hermoso!

Si Mozart es el compositor más difícil de interpretar, la Quinta Sinfonía de Mahler es junto con la de Beethoven la Quinta más difícil de recrear. Tuve el privilegio de escuchar el año pasado una interpretación verdaderamente buena, la de Daniele Gatti y la Philharmonia, pero lo lo habitual es que los directores, incluso los más celebrados, se quemen sus dedos en el empeño. (Resistiré la tentación de dar nombres y números de teléfono...) La lectura de Znaider no estuvo al nivel de la de Gatti; nadie podría razonablemente esperarlo. Sin embargo hubo lo suficiente para sugerir que podríamos estar al comienzo un interesante viaje mahleriano; y esta no es una afirmación que lanzo a la ligera. Es interesante advertir que a diferencia del concierto de Mozart la sinfonía fue dirigida de memoria. Znaider situó a los violines conjuntamente a su izquierda, pero violas en vez de chelos a su derecha.

El inicio del primer movimiento fue agresivo, cataclísmico, con una magnífica aportación del primer trompeta, Philip Cobb. Más Bernstein que Kubelík, fue realmente excitante a la vez que apropiadamente flexible, con unos contrastes dramáticos delineados de forma incisiva. Como corresponde a un violinista, se le concedió una especial atención a la proyección de las partes de cada de sección de cuerda. Y sin embargo, había algo no lo suficientemente "correcto" -al menos para mis oídos- en cuanto a la sonoridad global y no me refiero sólo a una cuestión del metal cargado de vibrato. Quizás se trataba más de la huella del nefasto ciclo Mahler de Valery Gergiev con la LSO que de las verdaderas intenciones de Znaider. O quizás el director ha pasado excesivo tiempo con la Orquesta Mariinsky. El sonido y los balances parecían en ocasiones más próximos a Prokofiev e incluso a Shostakovich que a Mahler. Nunca resultó aburrida la interpretación, pero no siempre resultó claro el origen del que había partido Mahler: ciertamente no se trataba de Wagner, y aun todavía menos de Beethoven, Mozart o Bach.

El segundo movimiento fue correctamente llevado a un tiempo rápido, tal como la conclusión de la primera parte de la sinfonía, aunque esto no impidió que la Asociación de Tosedores renovase su reunión anual. La tensión fue menos proclive a decaer que en el primer movimiento. De nuevo las fluctuaciones de tiempo fueron considerable, aunque no descabelladas. Wagner ahora era por fin palpable en los primeros violines con sus insinuaciones Tristan-escas: ¡Excelente! Si la sonoridad resultaba en ocasiones algo extraña, especialmente en el caso de la avalancha "soviética" de metales y percusión, al menos era menos problemática que en el movimiento anterior. Hubo, a mayores, una interpretación glorosiamente "densa" por parte de los chelos, y posteriormente por las cuerdas en su conjunto. Y si la primera aparación del extraordinario coral -frustrada promesa- se recreó con más Technicolor de lo deseable, Znaider y la LSO capturaron el grado correcto de grandilocuencia, lo cual en el fondo es más importante que cualquier cuestión de "acento".

El Scherzo arrancó muy exitosamente, con un ritmo espléndido y con un contrapunto de una mordacidad convincente, lo cual constituyó una adecuada premonición del "Bach on acid" del Rondo Burleske de la Novena Sinfonía. Se hacía definitivamente claro que no estábamos ante un Mahler antecesor de Berg y Webern, pero la interpretación, en su estilo, estaba funcionando cada vez mejor; ciertamente muy superior a los extravagantes y poco idiomáticos intentos de Gergiev. Las dificultades fueron hábilmente sorteadas y por encima de todo, se transmitió la sensación de que la segunda parte de la sinfonía era una inequívoca bisagra. Y finalmente la conclusión –que es cualquier cosa menos eso– deslumbró y aterró, aunque ambas experiencias hubiesen sido realzadas con una mayor preparación.

El tiempo de Znaider en el Adagietto me sorprendió por lo ideal: ni sentimental ni agresivamente “revisionista”. No había ningún “plan”; se dejó que la música hablase por si sola. Y lo hizo con gran elocuencia, y más ahora que había sido liberada la orquesta de la carga “colorista” de metales y percusión. Una profunda belleza emergió de la elaborada escritura para las cuerdas de Mahler. Aun más, Znaider nunca confundió sentimiento con sentimentalismo; las nubes por fin empezaban a despejarse. Este movimiento resultó ejemplar; todo un logro para cualquier director. Igualmente fue impresionante la manipulación por el director de las conexiones de tonalidad y ritmo que permiten que el final crezca a partir de su precursor. El contrapunto resultó predominantemente lúcido hasta el punto que en sus mejores momentos el movimiento exhibió un sonido casi Haydnesco. Si el “acento” una vez mas se diluía en ocasiones -hubo incluso algún momento de confusión quizás debido al cansancio- el espíritu permaneció en su esencia. Crucialmente en el final sobrevivió el carácter enigmático de Mahler ¡No hubo respuestas fáciles!

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