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WIEN · 12/DICIEMBRE/2012 · MUSIKVEREIN

MARK BERRY


4ª SINFONÍA
KATE ROYAL
ROTTERDAMS PHILHARMONISCH
YANNICK NÉZET-SÉGUIN

(+ LUDWIG VAN BEETHOVEN: 2ª SINFONÍA)

¡12.12.12! Perfectamente podría tratarse del Día Internacional del Dodecafonismo. Sin embargo, hasta donde pude averiguar -y eso que me encontraba en la privilegiada posición de estar realizando una estancia de dos semanas en el Arnold Schönberg Center- no se interpretaba en esta fecha en Viena ningún concierto con música de Schönberg o al menos de los otros dos miembros de la Santísima Trinidad Vienesa. Mahler, cuando menos, era una opción de lo más afín. Por desgracia no resultó especialmente bien servido en esta interpretación de la Cuarta Sinfonía.

Sin embargo, antes, y para mi sorpresa, disfrutamos de una buena interpretación de la Segunda Sinfonía de Beethoven. Mi visita, el sábado por la noche, a Heiligenstadt, resultó desde luego oportuna, pues la Segunda fue escrita en la época del célebre Testamento; si bien es cierto que la sinfonía apenas refleja el tormento que el compositor expresó en ese descorazonador lamento. En esta interpretación de la Orquesta Filarmónica de Rotterdam y Yannick Nézet-Séguin, tanto la introducción como la sección principal del primer movimiento fueron llevados a un tiempo relativamente rápido, pero conservando un sentido de la proporción entre ambas secciones. Tal como Wagner en su día señaló, tales balances son más importantes que los propios tempi en términos absolutos. La transición entre ambas secciones resultó convincente, en parte gracias a esa atinada proporción. Cuerdas y maderas dialogaban con especial lucidez, haciendo que la melodía transmitiese un sentimiento de alegría: estábamos ante un Beethoven juvenil, pero no por ello de segunda fila. Excepto el desafortunado desliz de un trompa en la recapitulación, no hubo ningún fallo criticable. El movimiento lento también fluyó de forma convincente, con acertados ecos de Haydn no sólo en el diálogo de las cuerdas sino también en los pasajes más sombríos. (¿Heiligenstadt? ¿Quizás?) Ocasionalmente las cuerdas se hubiesen beneficiado con un vibrato más intenso, pero esta constituye una crítica menor. En el Scherzo la interpretación ganó en ímpetu –sin duda el momento más apropiado para ello. La relajación que Nézet-Séguin aplicó en el trío fue sin duda apropiada. Todos estos matices eran acentuados por la rica acústica de la sala. Beethoven a la Haydn volvió a caracterizar el final, en un estilo muy articulado y con unos chelos de Rotterdam especialmente bellos. Un tiempo ligeramente más lento hubiese realzado el humor de la partitura; pero aun así hubo mucho que disfrutar en la interpretación. No se trató de un Beethoven profundo como el de Klemperer o Furtwängler – o para la actualidad, Colin Davis o Barenboim– pero no por ello menos bienvenido; un aura subyugante rodeó a la interpretación. La comprensión de la obra era evidente. En el estilo de esas irritantes comparaciones de Amazon se podría decir, “Si a usted le gusta el Beethoven de Karajan, igualmente disfrutará éste.”

Tras los enérgicos tempi beethovenianos, el lento fluir de los primeros compases del primer movimiento de la Cuarta Sinfonía de Mahler cayó como una sorpresa. Pronto se normalizó el tiempo… pero sólo aparentemente, pues el problema constante de esta interpretación fue el empeño de Nézet-Séguin de no reconocer la existencia de un pulso fundamental uniforme. Así, las fluctuaciones de tiempo resultaban extremas, especialmente en decelerandos exagerados que virtualmente detenían el fluir de la música. El pasaje en que entra el violín me dolió como un disparo en el brazo. Aunque la interpretación mejorase, el daño ya era irreparable. La recapitulación padeció de lo mismo aunque en menor grado. Aunque uno puede llegar a apreciar unas maderas tan excesivas, Mahler no necesita ser exprimido -ni esto suele sentarle bien. El segundo movimiento ofreció un panorama similar. Por supuesto no hay nada extraño en estas fluctuaciones de tiempo –¡pensemos en Mengelberg! – pero siempre ha de latir un pulso fundamental. El solo de violín rozó en más de un momento lo deagradable; la mordacidad está bien pero por definición ésta no debería ser excesiva. Tampoco la scordatura debería propiciar una afinación dudosa. Por si fuera poco, en este y otros momentos eché en falta una sección de cuerda más resonante, con mayor personalidad.

La falta de una consistencia armónica fue sin embargo exitosamente superada en el movimiento lento: muy superior en todos los aspectos. (Sorprendente ya que es el más difícil de los cuatro.) Hubo un sentido de equilibrio, de proporción; el discurso global, aunque no fue idealmente sostenido fue en este caso mucho más evidente. La interpretación por fin demostraba que las variaciones en el tiempo son perfectamente posibles –y de hecho a menudo deseables-, siempre que el pulso fundamental esté presente. Sólo de esta manera los clímax adquieren un sentido –como fue el caso.

La orquesta y Nézet-Séguin mostraron su lado más extrovertido en el final: a veces en exceso -con unas maderas demasiado punzantes- pero al menos había carácter en la interpretación. Por desgracia no se puede decir lo mismo de una insípida Kate Royal – incluso sin tenerle en cuenta que solo podía discernir una de cada cinco palabras que cantaba. La suya no era una visión infantil del cielo, ni por supuesto nada más elaborado o sofisticado; era simplemente una visión improcedente. (La pobre dicción de Royal ha sido una constante en todas las interpretaciones que le he escuchado. Sean cuales sean sus cualidades, estas no brillan en el género liederístico.) Sin embargo sí hubo un sutil sentido de realización orquestal, de exitosa llegada a un destino final en el que la tonalidad progresiva de la obra fue realzada con amor.

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