INICIO NOVEDADES ADMINISTRACIÓN ENLACES
NOTICIAS
CONCIERTOS
ARTÍCULOS
DISCOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
BIOGRAFÍA
OBRA
ÁLBUM
CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
BERLIN · 15/SEPTIEMBRE/2011 · PHILHARMONIE

PABLO SÁNCHEZ QUINTEIRO


8ª SINFONÍA
ERIKA SUNNEGARDH
SUSAN BULLOCK
ANNA PROHASKA
LILLI PAASIKIVI
NATHALIE STUTZMANN
JOHAN BOTHA
DAVID WILSON-JOHNSON
JOHN RELYEA
RUNDFUNKCHOR BERLIN
MDR RUNDFUNKCHOR LEIPZIG
BERLINER PHILHARMONIKER
SIMON RATTLE

(+ ANTONIO LOTTI & THOMAS TALLIS)

Si una Octava de Mahler es por si sólo uno de los acontecimientos más excitantes y al mismo tiempo irrealizable que puede tener lugar en una sala de conciertos, la Filarmónica de Berlín y su director sir Simon Rattle fueron todavía más allá de lo imposible abriendo el concierto con dos obras seminales de la música vocal a capella; en primer lugar el barroco tardío de Antonio Lotti con su breve pero intensísimo Crucifixus y a continuación, sin pausa el monumental y complejo Spem im alium de Thomas Tallis obra cumbre del renacimiento musical inglés.

Los miembros del Rundfunkchor de Berlín, dirigidos no por su titular Simon Halsey sino por el propio Rattle, dispuestos entre los vacíos atriles orquestales ofrecieron una interpretación auténticamente sublime de ambas piezas. Estamos ante un coro excelente, caracterizado no sólo por la técnica de sus miembros que se refleja en un empaste y afinación perfecta sino también también por la riqueza de las texturas sonoras que genera. Gracias a la privilegiada acústica de la Philharmonie se produjo una efectiva comunicación entre el coro y el público que fue mucho más allá de lo emocional.

La disposición citada entre los atriles sin duda no fue del gusto de todos. Para algunos resultaría atractiva pues creó una apariencia de improvisación, de espontaneidad, totalmente ajena a la práctica habitual de una sala de conciertos, pero los más puristas se sentirían sin lógicamente inómodos.

En el Crucifixus de Lotti –en la interpretación del tercer día emotivo tributo al desaparecido Kurt Sanderling- dinámicas, crescendo y sobre todo el distintivo color del Rundfunkchor hizo que a todos los presentes se nos encogiera el alma en un puño.

Tras el Lotti la sofisticación del Spem in alium fue un magnífico contraste y sobre todo un excelente puente hacia el Veni creator. Una vez más excelente la dirección coral de Rattle, quien frente a la tónica habitual, llevó la obra a un tiempo vivo, efusivo, que destacó la brillantez de tan grandioso despliegue polifónico.

Tras cálidos y sentidísimos aplausos y una breve pausa en la que se acomodaron los demás miembros de los coros y los músicos de la orquesta, Rattle salió acompañado de los 7 solistas a la palestra. Ni que decir tiene que para quien esto escribe no se trataba de un concierto más; era la primera oportunidad de escuchar a la mítica Filarmónica de Berlín en una Octava de Mahler. No son muchas las oportunidades, de hecho es un dato significativo que la orquesta sólo haya grabado una vez la obra, con Abbado en 1994, frente a por ejemplo las cinco grabaciones disponibles de la obra con la Filarmónica de Viena. Sin duda esta sensación de evento único pueda marcar o matizar las opiniones, sin embargo las he contrastado con el audio del concierto así como el de la retransmisión dos días posterior, tanto radiofónica como del propio Berliner Philharmoniker Concert Hall.

Una Octava siempre lleva aparejadas una serie de cuestiones logísticas, decisivas para el resultado final. Estas cuestiones merecen ser tratadas previamente. Al coro de la radio de Berlín se le unió el coro de la MDR en el fondo del escenario, ocupando la zona H habitualmente ocupada por el público. Dos coros con un extraordinario bagaje de Octavas discográficas: Abbado, Davis, Nagano y Boulez el primero; Chailly y Nagano el segundo. Sin embargo es de lamentar las modestas dimensiones del coro; poco más de 150 cantantes. Es cierto que no había excesivas opciones para ubicarlos de una forma cohesionada con la orquesta pues la zona K, el nivel justo por detrás de ellos se encuentra excesivamente aislada. Las zonas laterales –zona E- también susceptibles de ser usadas, aparte de su escaso aforo estaban ya en buena parte ocupados por el coro de niños ¡y en una posición bastante incómoda!

A pesar de sus muchas virtudes lo cierto es que la Philharmonie no es la mejor sala para una Octava. Es significativo que cuando Boulez la hizo en la Mahlerfesttage del 2007 eligiese la Konzerthaus, cuando el resto de conciertos del ciclo se hicieron en la Philharmonie. La consecuencia de todo esto es que aunque el sonido de los tres coros se proyectaba sin problema, lo hacía excesivamente focalizado, muy especialmente el coro de niños.

El conjunto de metal situado fuera del escenario, clave en los finales de ambas partes, se situaba en el elevado palco en la zona G a la izquierda del escenario. Allí también hizo su aparición la sublime Mater gloriosa de Anna Prohaska. Aquellos situados cerca de ese palco pudimos disfrutar de su hermosísima breve aparición, sin duda la más destacada de todo el elenco vocal. Sin embargo el balance entre metales y orquestas estaba claramente descompensado.

Todas estas consideraciones pasaron a un segundo plano cuando la plegaria del Veni creator fue proclamado desde las mismas gargantas que cinco minutos antes nos habían traslado a épocas ancestrales. Un vertiginoso salto en el tiempo de casi tres siglos y medio. Con este perspicaz programa la obra de Mahler tendía un evidente puente hacia el pasado.

La ola de fuerza y de luz del Veni creator -lectura impecable y abrumadora- fue acompañada por un Rattle muy acertado en la gestión orquestal de esta primera parte. Esta obra nunca ha sido su mejor Mahler sin embargo aquí mantuvo perfectamente el tipo; jugando perfectamente con dinámicas y tiempos. Su Octava tiene signos distintivos –en ocasiones polémicos- que aquí también estuvieron presentes, aunque atenuados. La agresiva transición al primer interludio orquestal es un ejemplo, pero lo cierto es que estas peculiaridades nunca llegaron a ser un problema. Únicamente la resolución del Gloria a la que le imprime un impulso rítmico excesivo o al menos un tanto anti-climático sigue sin resultar redonda, al menos para quien esto escribe, pero hubo momentos extraordinarios que compensaron con creces: por ejemplo el propio Allegro impetuoso inicial o la ascensión orquestal del Accende lumen sensibus o incluso la difícil pero decisiva transición a la reexposición del Veni creator absolutamente apabullante. Destacaría un momento, estremecedor: la conclusión del interludio orquestal previo al Gloria, una disolución sonora abrumadora en la que Rattle hace un poderoso retardando que da paso a la excitante tímbrica del órgano conjuntamente con la sección de trompas. Un momento mahleriano sobrecogedor que Rattle moldeó con una lucidez reveladora de su maestría.

Hubo no obstante problemas en esta primera media hora, incluso pifias evidentes y dificultades con la afinación, pero triunfó la inspiración de Rattle, la belleza del canto coral, el virtuosismo de la orquesta y por supuesto la exuberancia de la música de Mahler. Todos los elementos desencadenaron una primera parte auténticamente inefable.

Este entusiasmo no fue correspondido en la segunda parte. Debo apuntar que mi situación con respecto a los solistas fue una inevitable limitación, pues a pesar de la excelente acústica de la sala su sonido no me llegaba de forma ideal. A esto no ayudó que algunos de los solistas como por ejemplo Stutzmann no se distinguen por el volumen de su voz.

Hubo un cambio de última hora; siendo sustituida la primera mezzo Karen Cargill por Lilli Paasikivi. En general el elenco femenino fue discreto, salvo la soprano I -la para mi desconocida Erika Sunnegardh que cumplió de sobra con los dos requisitos fundamentales de su parte, intensidad y lirismo - y la Mater Gloriosa ya comentada. Lamentable el Neige neige de la Una Poenitentium de Susan Bullock con unos agudos histriónicos que echaron por tierra un momento tan hermoso. Los hombre sin duda estuvieron a un mejor nivel, sobre todo Botha, lírico y musical. Wilson-Johnson estuvo correcto, sin realmente aportar nada especial a su importante parte y finalmente John Relyea cantó con poderío y carácter aunque su color barítono-bajo no es lo más apropiado para el Pater profundus.

Orquestalmente también en ciertos momentos se acusó una menor intensidad. Estamos ante una orquesta que en los momentos álgidos de la obra se muestra capaz de desplegar una energía y fuerza brutal, pero en algunas de las transiciones sentí como si faltase algo de carácter. Es algo que me ha confirmado la escucha subsiguiente de las retransmisiones.

Rattle llevó a un tiempo muy lento el Poco Adagio, ningún problema por ello pero sí porque faltó una mayor intensidad en los clímax. Sin embargo cada frase, cada lamento de las maderas en el Poco Adagio sonó sencillamente sublime. En el Coro de Anacoretas se hubiese deseado mayor mordacidad, y sobre todo un efecto sonoro espacial que la disposición comentada no permitía explotar.

Tras la intervención de los Paters orquestalmente Rattle ofreció una lectura exuberante, virtuosística, con unos unísonos de las cuerdas sobrecogedores y unas maderas que en cada frase alcanzaban lo inexpresable. En ocasiones se sentía que era una Octava domesticada desde el pódium. Ciertamente con Rattle se espera uno un mayor intervencionismo del que esa noche mostró. La obra llegó a su fin con un mastodóntico Coro Místico en el que la sección coral inicial fue sublimemente construida, con inmensa delicadeza, mientras que en la coda orquestal, una vez más Rattle puso la directa. Aun así fue una conclusión inevitablemente apoteósica, en la que sólo hay que lamentar que los metales fuera del escenario no estuviesen muy acertados.

Curiosamente el público de Berlín se resistió al aplauso inmediato y Rattle se las arregló para conseguir ¡medio minuto de silencio! Es algo por lo que Thielemann recientemente había optado en Munich. Pero tras ese tiempo estalló una intensa ovación, que aunque no fue muy prolongada llevó a director y solistas a salir nuevamente a saludar esta vez en solitario. Con un ambiente festivo y eufórico, como debe ser una Octava, concluyó una velada con sus luces y sombras pero inolvidable para este cronista y a buen seguro que para buena parte del público.

© gustav-mahler.es