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CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
LONDON · 29/SEPTIEMBRE/2011 · ROYAL FESTIVAL HALL

MARK BERRY


10ª SINFONíA / I. Adagio
DAS LIED VON DER ERDE
ALICE COOTE
STEFAM VINKE
PHILHARMONIA ORCHESTRA
LORIN MAAZEL

Mi respuesta al aluvión mahleriano de estos dos últimos años ha sido el permanecer al margen. Ciertamente ni por antipatía, ni por aburrimiento, ni por ninguna reacción negativa hacia la música de un compositor al que admiro tan intensamente como siempre, sino porque se está ofreciendo un número excesivo de interpretaciones superfluas de su música. Aunque uno siempre está interesado en escuchar conciertos mahlerianos especiales o al menos potencialmente interesantes, simplemente no hay necesidad de escuchar al Maestro x dirigir a la orquesta y en una rutinaria sinfonía Nºz de Mahler. El escuchar las sinfonías (excepto, que pena, la Décima) y los ciclos vocales (salvo algunas contadas canciones de los Wunderhorn) a la Staatskapelle Berlin, Daniel Barenboim y Pierre Boulez en Berlin en Abril de 2007 fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida musical. Sin embargo cuando la Philharmonia anunció su ciclo Mahler del 2011 bajo la batuta de Lorin Maazel, mi entusiasmo fue mucho más moderado. Según el ciclo progresaba, fui escuchando bastantes comentarios positivos desde distintas fuentes, muchas muy fiables. Parecía pues que éste era el momento ideal para experimentar el Mahler de Maazel por mi mismo. Visto lo visto, me temo que resulta escasamente preferible al de Valery Gergiev, el improcedente director de otro (!) reciente ciclo Mahler londinense.

La obra inicial -o mejor dicho, la parte de una obra- el Adagio de la Décima Sinfonía resultó tan insoportable como el de Gergiev aunque eso sí, por diferentes motivos. Al menos Gergiev no se durmió en su realización, a pesar de ser esta tan microdetallista como la de Maazel. Me pregunto si alguien ha llevado este movimiento tan lentamente, tanto en interpretaciones aisladas o como parte de una reconstrucción completa. La lectura de Maazel realmente se abrió de forma prometedora, con una trémula melodía de las violas, que acertadamente sugiría de forma romántica y autobiográfica el vacilante latido cardiaco asociado a menudo, equivocadamente o no, con la Novena Sinfonía. Pero a partir de ahí se instauró el mayor de los sopores. No tengo nada contra un extremo tiempo lento, pero Maazel se mostró incapaz de mantenerlo de forma coherente. Al margen de lo que los minuteros de los relojes indiquen, la música sonó como si fuese tocada la mitad de rápida de lo normal. Y lo que es peor, a una frase por compás, siempre con pausas absurdas insertadas entre frase y frase. No sólo esto, incluso cada subdivisión del tiempo era visible ¡y audible! robando a la música de Mahler de cualquier vitalidad. La música se colapsó no tanto bajo su propio (innegable) peso sino bajo la trivialidad del director: no había el menor atisbo de que detrás de la concepción de Maazel hubiese un “algo”, si es que incluso este “algo” pudiera ser traducido en palabras. Fue, y me entristece decirlo, inerte e insufrible. De buena parte de la música de esta velada podría perfectamente decirse que está marcada por la muerte, pero sin el contrapunto de la vida esto no significa nada y ésta estaba totalmente ausente. Incluso a pesar del desaparecido Kurt Sanderling, Director Emeritus de la Philharmonia…

Das Lied von der Erde fue mejor, aunque principalmente gracias a la contribución de los solistas. El primer movimiento, Das Trinklied von Jammer der Erde, en un principio no mostró al mejor Stefan Vinke. Los problemas de entonación complicaron el cruel, casi insoportable reto que Mahler lanza al tenor en esta canción. Sin embargo, Vinke mejoró considerablemente en el segundo y el tercer párrafos, en él ultimo exhibiendo el heroísmo de un Siegfried – o más bien el vano intento mahleriano de volver al mundo de Siegfried; dicho sea de paso, ante semejante frustración lo único que resta es llenar la copa de vino y abandonarse a la bebida. Si al menos la dirección no hubiese sido tan cuadriculada; porque Maazel, cielos, reemplazó el sopor por una brutalidad descarnada, siendo lo único en común con la obra anterior el vacío generado por el director en cada subdivisión del compás. Incluso Sir Simon Rattle en su línea más ‘intervencionista’ raramente dirige de forma tan caótica. Una vez más suspiré por Sanderling, y aun más por Bruno Walter, citado por Julian Johnson en su excelente charla previa.

El gélido estatismo temporal y sonoro de Der Einsame im Herbst resultó más apropiado para Maazel. Alice Coote se sobrepuso a una infección vírica ofreciéndonos una magnífica lectura, liederística en su cuidadosa atención a texto y melodía. Las palabras 'Mein Herz ist müde' fueron suplicantes, conmovedoras más allá de las palabras. La sensación era la de asistir a un recital lírico en el que Maazel, gracias a dios, actuaba más como un acompañante que como un director. (Una vez más me sorprendió el paralelismo con Rattle que a menudo resulta más soportable cuando acompaña a los cantantes.) Von der Jugend fue recreada mecánicamente pero al menos contamos con un Coppelia –vida enteramente ausente durante la primera parte del concierto-. Vinke estuvo en buena forma, por momentos nostálgico y juguetón, sin duda beneficiándose de que esta canción no es un caballo de batalla vocal. Si tanto Von der Jugend como Von der Schönheit tendieron hacia lo neoclásico -no precisamente el ideal mahleriano- al menos se pudo apreciar el carácter chinoiserie. Si Von der Schönheit tuvo sentido fue más mérito de Coote que del podium. Vinke una vez más mostró alguna fricción en el arranque de Der Trunkene im Frühling, pero encontró su sitio en la vena a la Siegfried: no fue la más sutil de las lecturas, pero al menos en su mayor parte estuvo bien realizada. El concertino Zsolt-Tihamér Visontay aportó un encantador solo, pero Maazel no se mostró tan acertado.

Fue una cierta sorpresa el escuchar los acordes iniciales de Der Abschied resonar tan amenazadores. A ellos respondió conmovedoramente el excelente solo de oboe de Christopher Cowie. El problema fue que este arranque parecía nacer de ninguna parte. El extraordinario final de Mahler necesita ser preparado, no impuesto. En principio uno pudo encontrar solaz en la música, pues inicialmente al menos se “movía” aunque raramente conmovía. Coote pasó algún apuro en algunos momentos, por ejemplo en la ácida recreación de las palabras ‘die müden Menschen gehn heimwärts, um im Schlaf vergessnes Glück’, pero pesó más su palmaria sinceridad y su comprensión del texto. El crepúsculo final sonó como si realmente llevase a la eternidad. Siendo incluso el crítico más benévolo del mundo no podría decir que la sensibilidad de la cantante, estuviese correspondida por Maazel, a pesar de magnífica aportación de las maderas (y un desafortunado aunque breve dueto entre flauta y teléfono). La refinada labor orquestal de los pasajes estrictamente orquestales fue suficientemente elocuente. No podía dejar de preguntarme ¿Por qué la Philharmonia no ofrece su ciclo Mahler a un músico o músicos mejor preparados?

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