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MÜNCHEN · 26/JUNIO/2011 · PHILHARMONIE GASTEIG

PABLO SÁNCHEZ QUINTEIRO

Juraj Valcuha
5ª SINFONÍA
MÜNCHNER PHILHARMONIKER
JURAJ VALCUHA

(+ JOSEPH HAYDN: 44ª SINFONÍA)

El último concierto mahleriano de la temporada 2010-11 de la Münchner Philharmoniker presentaba por tercera vez con la orquesta al joven eslovaco Juraj Valcuha. Éste se enfrentaba a una prueba de fuego; un amplio programa que reunía dos obras de épocas bien distintas pero en cierto modo ambas vinculadas por un claro sentimiento trágico; la Sinfonía Nº44 de Haydn apelada como Trauersymphonie y la Quinta Sinfonía mahleriana.

El balance fue enormemente positivo: la orquesta exhibió una energía e implicación extraordinaria y las limitaciones acústicas de la sala fueron superadas gracias a una adecuada disposición de las secciones instrumentales y a un hábil y exitoso juego por parte del director con el rango dinámico de ambas partituras, muy especialmente en la obra mahleriana. Buena parte del éxito correspondió al joven director quien exhibió no sólo unas magníficas cualidades técnicas sino también puso en juego ideas propias que le hicieron salir exitoso del reto.

Valcuha, tanto en el movimiento final de la Sinfonía haydiniana como en la obra mahleriana extrajo de sus músicos la máxima respuesta dinámica pero también consiguió de ellos un inusual brío en la expresión. Pero no quiere decir esto que se trate de un director visceral o impulsivo. Al contrario, la sinfonía de Haydn –obra que fue en cierto modo un buen anticipo de los aspectos que caracterizarían a la Quinta- nos lo mostró como un director cerebral, anti-romántico al que sin embargo le gusta el contraste entre la contención y la armonía de los pasajes más líricos y la máxima liberación de energía en tuttis y climax.

Probablemente Haydn se resintió ligeramente de este enfoque extremo de tal forma que los tres primeros movimientos de la Trauersymphonie resultaron excesivamente leves. La cuerda de la Filarmónica estuvo primorosa, pero faltó algo de carácter, especialmente en el movimiento lento, música fúnebre supuestamente escrita por Haydn para su propio entierro. El sturmisch und drangisch final de la obra sí fue interpretado con el brío -por no decir agresividad- necesario.

Sin embargo en la Quinta esta aproximación fue realmente eficaz. Tras una soberbia fanfarria interpretada por Guido Segers, magnífico toda la noche y el subsiguiente violentísimo tutti, Valcuha en la Trauermarsch -susceptible a tantos enfoques -optó al igual que en Haydn por un discurso comedido, sereno, lento, en absoluto ni amanerado ni efectista. Curiosamente también rehuyó el carácter militar que algunos imprimen a la marcha. Una aproximación tan leve no había convencido plenamente en Haydn y sin embargo en esta marcha funcionó plenamente. El contraste con el Plötzlizch schneller. Leidenschaftlich fue abrumador con un paisaje tchaikovskiano arrebatador. No se trataba de una explosión sonora desatada, pues, como sucedería en los climax del segundo movimiento Valcuha siempre permitiría que en estos momentos apasionados cierta sobriedad subyaciese. El Schwer que marca el retorno de la marcha resultó en su desnudez especialmente siniestro. Ésta resultó en su segunda aparición mucho más desoladora. Tras un Klagend ligeramente expeditivo Valcuha disuelve el movimiento sin ningún tipo de ambage; una certificación de que la tragedia apenas había sido enunciada. Una pena que el sforzando final fue estropeado por un ruido procedente de algún atril que lo anticipó. La amplia duración del movimiento 13’42” hace referencia a esa contención citada.

Sin apenas pausa Valcuha abordó un segundo movimiento extraordinario, especialmente en su segunda parte, en la que hubo momentos en que uno no podía dejar de pensar que esa compleja música no sólo estaba siendo magníficamente interpretada sino que además no podía interpretarse de forma mejor. Fue una lectura muy personal; dilatada, contenida, de hecho su duración de 16’03” fue inusualmente prolongada; pero en ningún momento se hizo pesada, ni letárgica. Se abrió con la vehemencia requerida en un excelente despliegue orquestal. Como era de esperar el Bedeutend langsamer resultó ligeramente leve e incluso sobrio en su reaparición en el Langsam. Ese juego de opuestos definió la primera parte del movimiento en la que también destacaron la reminiscencia al Ländler del primer movimiento y el festivo Piu mosso súbito. Pero clave fue el eje de gravedad del movimiento, la transición al nº20, momento del que muchos directores consagrados parecen ignorar su trascendencia y que Valcuha acentuó oportunamente. La segunda parte del movimiento como hemos dicho fue un recital de orquesta y director combinando Valcuha una imponente sobriedad con un despliegue de energía brutal. Excelentes los clímax del Wuchtig y el Höhepunkt así como los coletazos del Tempo I.

En el Scherzo Valcuha situó al solista Jörg Brückner de pié al frente de su sección. Ésta se encontraba a la derecha de la parte posterior del escenario es decir con tubas y trombones a su derecha. Valcuha optó por la disposición antifonal de los violines situando al resto de la cuerda por detrás de violines de la siguiente manera: contrabajos a la izquierda del director, cellos en el centro y violas a la derecha.

Éste fue probablemente el más convencional de los movimientos restantes, muy rápido de principio a fin, en ocasiones rozando lo expeditivo (17’40” fue su duración). Estuvo muy seguro y brillante Brückner, tal vez por ello debió forzar un poquito más en sus dos llamadas que aun así sonaron sobrecogedoras en la inmensa sala. Agresiva y tensa la lectura desde su comienzo, la orquesta parecía todavía presa de la agitación del movimiento anterior. Hasta el etwas ruhiger transmitía cierto nerviosismo. El Molto moderato posterior a la evocadora y hermosa resolución de la primera llamada resultó sin embargo ciertamente más equilibrado. El nuevo retorno al Tempo I presentó sin embargo similar ansiedad siendo su desarrollo posterior acelerado, y enérgico. Sin duda la música no fluía con la misma facilidad y coherencia que en los movimientos previos. Había un buen trabajo orquestal detrás de la interpretación pero los resultados no eran tan convincentes. Es de destacar que Valcuha siempre atento a los pequeños detalles le confirió a los Holzklapper el protagonismo que algunos directores parecen temer. Tras una poderosísima segunda llamada de la trompa se concluye en un tono similar el movimiento.

El Adagietto, ciertamente lento –10’27”- sin resultar kitsch ni hiperromántico fue definido una vez más por la levedad. Sin convulsiones ni palpitaciones; levedad casi con mayúsculas habría que decir. Un remanso lírico sin embargo algo sobrio en la plegaria de su parte central y tal vez distante en el abrumador clímax final en el que en este caso el tiempo dilatado sí hizo que se disipase buena parte de su vehemencia.

El Final, a pesar de que su duración 15’40” lo ubica en la parte rápida del espectro de versiones, no transmitió ninguna sensación de lentitud, en parte debido a la mordacidad y carácter puesto en juego por la orquesta. Tras un soberbio Allegro giocoso combinó perfectamente el carácter sturm und drang del tema contrapuntístico con la alegría de vivir del Grazioso. Hubo varios momentos significativos que dejaron bien clara la asimilación de la partitura por Valcuha. Por ejemplo el difícil retardando en el anticlímax del Unmerklich etwas einhaltend o el gran crescendo hacia el final en el que no cae en ningún tipo de reticencia a la Jansons. El Pesante, como era de esperar resulta aplastante; brillante, sobrecogedor y grandioso evocando directamente los hohepunkt del segundo movimiento. Incluso el frío público muniqués expresó su entusiasmo calurosamente tras tan grandiosa exhibición de su orquesta en manos de un director que sin duda constituye una sólida promesa de futuro.

Philharmonie du Gasteig

© gustav-mahler.es