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CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
SANTIAGO DE COMPOSTELA · 21/JUNIO/2011 · CIDADE DA CULTURA

PACO YÁÑEZ


4ª SINFONÍA / arr. Klaus Simon
ELENA DE LA MERCED
TALLER ATLÁNTCO CONTEMPORÁNEO
DIEGO GARCïA RODRÍGUEZ

A día de hoy, es prácticamente imposible que un ciudadano gallego se acerque a la Cidade da Cultura de Galicia sin toda una serie de apriorismos y prejuicios sobre uno de los proyectos más controvertidos en la historia reciente de nuestra comunidad autónoma. Tachada por sus detractores de despropósito faraónico y veleidad megalómana, mientras que sus partidarios hablan de ella como del proyecto cultural más esperanzador de nuestra región, al punto de compararla en trascendencia arquitectónica y potencial magnético-turístico con la mismísima catedral de Santiago, su progresiva conformación vieiriforme en la descabezada loma del Gaiás va llenándose (no sin cierta desorientación y oportunismo) de contenidos. En la jornada de hoy, 21 de junio de 2011, se ponía en marcha su primera programación musical propia, si bien la música ya ha estado presente en el contenedor cultural diseñado por Peter Eisenman, bien a través del ‘Galicia Classics’ (que hasta allí llevó a Mischa Maisky para interpretar las Suites para violonchelo de Johann Sebastian Bach), bien como parte integrante del ciclo ‘Ceo das Letras’ (que sobre literatura se desarrolla en la Biblioteca de Galicia, y entre cuyas citas contó con la presencia del compositor Mauricio Sotelo, rindiendo homenaje musical al poeta orensano José Ángel Valente).

Con dichos antecedentes se presentaba esta programación estrictamente musical, que ha sido confiada por la CdC al Taller Atlántico Contemporáneo, quizás el conjunto de música actual que presenta ahora mismo la propuesta más sólida e integradora de cuantos han ido naciendo en los últimos años en Galicia. Resulta, sin duda, muy pertinente que la Consellería de Cultura apueste por nuestros conjuntos musicales, y es de esperar que no sólo el TAC, sino otros de nuestros ensembles, puedan presentar sus propuestas en tan impresionante marco, pero ello debería conjugarse con la participación en un recinto de tal envergadura -al que se atribuye un nivel y voluntad de relevancia internacional- de grupos de música contemporánea de primer nivel europeo que asomen sus excelencias a esta sinuosa arquitectura, pues de lo contrario seguiremos huérfanos de tan necesarias presencias en los recintos que suponen los niveles de inversión más destacados de nuestra comunidad (cuyos estragos en cuanto a repercusión sobre la dotación presupuestaria de numerosas instituciones musicales en Galicia ya hemos señalado en anteriores ocasiones).

Lo que el TAC nos propone en sus cinco veladas hasta el mes de diciembre es un ciclo de conciertos englobados bajo la denominación ‘Os seráns do TAC’ [Las tardes del TAC], y que pretenden conjugar música, humor y gastronomía, en una revisión contemporánea de las fiestas populares gallegas, de sus romerías: un punto de encuentro para los amantes de la música actual en el que se conjugue la diversión, partituras de repertorios poco frecuentados y degustaciones culinarias creadas por algunos de nuestros restauradores más destacados. La fórmula, que a priori resultaba muy llamativa, bastante novedosa y un tanto desconcertante (como casi todo lo ‘nuevo’ -aunque se trate de una novedad que replantea tan vetustos referentes-), consiguió funcionar, armonizando todo lo programado por el TAC y creando entre quienes hasta la CdC nos acercamos la sensación de haber tomado parte de una experiencia poco frecuente en nuestra comunidad autónoma, cuyos valores pueden deparar muchas tardes (o seráns) de rica interacción no sólo interdisciplinar, sino entre los artistas y su público.

Precisamente, uno de los pocos ‘peros’ que debemos poner a este primer ‘serán’ del TAC es el escaso aforo que presentaba la Biblioteca de Galicia para el concierto de esta noche, con tan sólo 200 sillas dispuestas alrededor del grupo de cámara que interpretaría la partitura de Mahler. En un primer momento, quien estas líneas firma se manifestaba indignado porque un edificio que está requiriendo una inversión de tantos cientos de millones de euros no ofrezca más que tan ridículo aforo, sabiendo, además, que las entradas se habían agotado con antelación y que no poca gente se había quedado sin poder asistir al evento. Hasta donde se me ha informado, la limitación de entradas viene dada por los sempiternos conflictos con la SGAE y sus cuotas para este tipo de ciclos. Desconozco exactamente a quién corresponde el lidiar con tal sociedad recaudatoria ni hasta qué punto la responsabilidad es de TAC, CdC o la propia SGAE. En todo caso, no es de recibo que un espacio tan inmenso como la Biblioteca de Galicia cuelgue el cartel de aforo completo con una importante demanda de entradas y semejante cantidad de espacio disponible en su recinto. Flaco favor se hace a la cultura de este modo, corresponda a quien corresponda la culpa (y vergüenza).

Así pues, con esos 200 privilegiados dispuestos en círculo en torno al ensemble -un público de una saludable heterogeneidad, con nutrida presencia juvenil-, comenzó un ‘serán’ que arrancó con un monólogo del actor gallego Carlos Blanco; un monólogo que versó sobre la deconstrucción de una presentación, con tintes metaliterarios, guiños a la actualidad gallega, alguna referencia envenenada a la propia y controvertida CdC, y ciertas referencias históricas a la figura de Gustav Mahler, con algunos gazapos incluidos, como la afirmación de que el estreno de la Cuarta sinfonía tuvo lugar en Viena, cuando tal honor correspondió a Munich (25.11.1901). En todo caso, y más allá de estas incorrecciones históricas, Carlos Blanco cumplió su cometido en un ámbito musical del cual sus monólogos quedan un tanto a desmano. Su texto tuvo momentos brillantes, estuvo cargado de una galleguísima retranca, y distendió el ambiente, desvelando lo inusual del evento y su personalidad propia.

Pasando al apartado propiamente musical, el TAC, dirigido por su titular, Diego García, homenajeó en este 21 de junio, día europeo de la música, a Gustav Mahler (Kalischt, 1860 - Viena, 1911) en el centenario de su muerte. Para ello interpretó un arreglo de Klaus Simon (Überlingen am Bodensee, 1968) para orquesta de cámara de la Cuarta sinfonía (1899-1901, rev-1902-10) del compositor bohemio. La instrumentación para la que Simon dispone su arreglo consta de quinteto de cuerdas, quinteto de vientos, dos percusionistas, acordeón y piano. No me parece la versión del pianista y director alemán especialmente afortunada. Simon no se despega de la música de Mahler en ningún momento, y sus únicos atrevimientos consisten en mudar las sustancias tímbricas de las voces en su arreglo con respecto a la partitura original para orquesta, produciendo en algunos casos inversiones entre familias instrumentales que ponen en serios aprietos la presencia, relieve y equilibrio en los planos musicales. Por lo demás, aquellas presencias no mahlerianas: acordeón y piano, adoptan un papel de bajo continuo, sin mayores alardes ni imaginación en su aportación al conjunto, reducida a un amalgamador armónico más que a pasajes con un discurso sustantivo y original.

Acudí a este concierto con tres amigos, excelentes conocedores de la música de Gustav Mahler. Al finalizar el concierto, uno de ellos, habitualmente muy crítico en cuanto a versiones mahlerianas, me decía que lo escuchado esta noche podría calificarse, ya que estamos en Galicia, de “versión de corte Inditex”. Para él, y creo que es una apreciación que debo hacer constar, Diego García optó por una lectura correcta pero sin mayores alardes, neutra pero sin buscar detrás de las notas una musicalidad más personal, la belleza intrínseca a esta sinfonía y sus numerosos relieves. Por mi parte, no soy, ni mucho menos, tan crítico, sobre todo teniendo en cuenta que estamos ante un ensemble que apenas cuenta un año de vida, ante una formación sin experiencia en la música de Mahler como conjunto (por más que muchos de sus miembros sí hayan tocado Mahler en sus orquestas; algo que, como me decía el percusionista de la Sinfónica de Galicia Álex Sanz puede llegar a ser ‘perjudicial’, pues se tiene la referencia orquestal en la memoria), y ante un director cuya experiencia mahleriana es muy limitada (y que uno sepa, nunca al mando de una sinfonía en su versión original para orquesta). Teniendo en cuenta todo ello, considero muy notable la versión firmada tanto por los músicos del TAC, como por su director, Diego García, y la soprano Elena de la Merced.

El arreglo de Klaus Simon expone a los músicos de un modo realmente comprometido, desnudando la partitura en muchos momentos hasta pasajes estrictamente solistas -un ejemplo paradigmático sería el comienzo del ‘Ruhevoll’ en sus compases para violonchelo solo-. Teniendo en cuenta que la Biblioteca de la CdC, al menos en la zona elegida para este concierto, tiene una excelente acústica, y que el público estaba realmente próximo a los instrumentistas, la interpretación debía ser realmente calibrada para un disfrute de tan inmediata y despojada versión. El primer movimiento, ‘Bedächtig, nicht eilen’, por lo menos para quien estas líneas firma, resultó una gratísima sorpresa en cuanto a interpretación, despejando los temores que uno albergaba con respecto a los condicionantes previos antes mencionados. El TAC desarrolló una lectura de una gran musicalidad, fluidez y presencia contrapuntística, con un pulso rítmico muy mahleriano y un refinamiento instrumental bellísimo. Ya desde el comienzo da la obra destaca el trabajo del quinteto de vientos, en el que emociona ver la satisfacción de sus músicos en escena, su vivencia de la música, que en el caso del oboísta David Villa era de auténtica felicidad, o al menos eso delataba su rostro y la entrega de su ejecución. Otros de los vientos, como Saúl Canosa en los clarinetes, muestran un crecimiento musical importantísimo y un sonido contundente y lleno de sentido. Lo mismo podríamos decir de Alejandro Salgueiro, un fagot de moderna musicalidad, muy incisivo y elocuente; así como del trompa Alfredo Varela, que en su expuestísimo papel ha cumplido con creces y seguridad. Entre las cuerdas, gran trabajo de Ioana Ciobotaru a la viola, de Thomas Piel al violonchelo, y de Carlos Méndez al contrabajo. Fueron algunos de los músicos que considero más destacados, si bien el nivel medio fue notabilísimo, tanto individual como colectivamente, destacando el empaste, la coordinación y la precisión como conjunto que ha adquirido el TAC en tan sólo un año, algo en lo que el trabajo de Diego García tiene un gran mérito.

Los restantes movimientos continuaron esta línea maestra, con un ‘In gemächlicher Bewegung’ muy evocador y dinámico, en el que destaca el juego de los vientos. El ‘Ruhevoll’ quizás fue el movimiento menos convincente. Muy bello en cuanto a discurso melódico instrumental (casi es imposible que no sea así), quizás se podría haber profundizado más en sus diferentes secciones y ambientes. Ha primado la belleza más inmediata sobre lo constructivo, con el agravante de que los sucesivos clímax de este pasaje en la instrumentación de Klaus Simon resultan ciertamente envenenados por las inversiones tímbricas que demanda y sus alteraciones en la naturaleza del sonido con respecto a lo que conocemos en la versión orquestal original. Con todo, el sereno final de este movimiento resultó delicadísimo en sus texturas y muy medido. Por último, y aunque también se podrían pedir mayores contrastes internos al último movimiento, Diego García efectuó una lectura bastante personal, con un arranque muy lento y un especial énfasis en las alternancias dinámicas para enfatizar las transiciones entre secciones, por momentos muy aristadas, tendiendo a la modernidad de la lectura que obliga una orquestación tan ‘esencializada’. La soprano Elena de la Merced cumplió a la altura de sus compañeros, con una buena dicción y un canto más adulto que infantil, pulcra técnicamente y algo ajena a los guiños sarcásticos de este festín celestial. En general, así pues, una versión de la Cuarta sinfonía que, pese a contar con tan sólo cuatro ensayos (otro mal endémico de nuestra música, el de la escasez de ensayos y el ser estos las más de las veces para un solo concierto) convenció a casi todos por su musicalidad netamente mahleriana, con momentos de verdadera emoción y belleza. El respetuosísimo y entregado público reunido en la CdC recompensó el esfuerzo del TAC con una cerrada ovación con parte del respetable puesto en pie, en el que quizás ha sido el mayor éxito del grupo hasta la fecha, al menos por acogida de público.

Y tras tan pantagruélica música, una degustación culinaria que parecería directamente emanada de ese cuarto movimiento mahleriano, de las celestiales cocinas de Santa Marta, fue ofrecida a los presentes por cortesía del restaurante pontevedrés Eirado da Leña: un vino y una tapa que portaban aromas del mar y regustos vegetales para nutrir la ágora en que se convirtió la Biblioteca de Galicia. Se trata de un escenario clave en la propuesta del TAC: un espacio de encuentro que, tras los conciertos, permita a compositores, músicos, artistas y público encontrarse para charlar sobre lo humano y lo divino, sin las prisas ni la sensación de urgente desalojo forzado que parece sobrevenir a la mayoría de los conciertos ‘convencionales’. Habida cuenta la hora en que este serán terminó, parece que la invitación del TAC resultó atractiva para la mayor parte del público. Se me antoja este contacto muy importante de cara al afianzamiento de redes entre distintos creadores e intérpretes; redes interdisciplinares que dinamicen nuestra creación musical actual, durante muchos años en estado crítico, y que en el último lustro parece empezar a remontar el vuelo con una cierta proliferación de conjuntos de música contemporánea, además de con propuestas tan completas, interactivas y dinámicas como la que hoy el TAC ha desarrollado en este primer capítulo de sus ‘Seráns’.

Es de esperar que ello potencie no sólo la presencia de la mejor música internacional en Galicia, sino la creación propia en un país que, como escribía hace tan sólo unas semanas, parece inmerso en un finisecular suicidio colectivo demográfico, político y cultural. A día de hoy, ya martes 28 de junio, mientras repaso esta crónica, el único periódico publicado en gallego que se vendía en nuestros quioscos ha echado el cierre. Galicia Hoxe, un proyecto editorial que desde hace años sostenía el débil hilo de nuestra lengua en lo periodístico, ha finiquitado su edición no sólo por la acuciante crisis económica, sino por la falta de apoyos al sector editorial en gallego que el gobierno de Núñez Feijoo lleva desarrollando desde su llegada al poder. Un país no sólo se construye desde sus faraónicas atalayas, por más que alberguen tan interesantes propuestas como las hoy experimentadas. Siempre las rosalianas negras sombras...

© gustav-mahler.es