INICIO NOVEDADES ADMINISTRACIÓN ENLACES
NOTICIAS
CONCIERTOS
ARTÍCULOS
DISCOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
BIOGRAFÍA
OBRA
ÁLBUM
CONCIERTOS | CRÍTICAS DE CONCIERTOS
LONDON · 29/ENERO/2011 · ROYAL FESTIVAL HALL

MARK BERRY

Vladimir Jurowski
DAS KLAGENDE LIED
JACOB THORN
LEOPOLD BENEDICT
MELANIE DIENER
CHRISTIANNE STOTJIN
JACOB THORN
MICHAEL KÖNIG
CHRISTOPHER PURVES
LONDON PHILHARMONIC CHOIR
LONDON PHILHARMONIC ORCHESTRA
VLADIMIR JUROWSKI

(+ LIGETI: LONTANO & BARTÓK: CONCIERTO PARA VIOLÍN 1)

¡Todo un programa! Tal como Vladimir Jurowski había comentado tres días antes estábamos ante dos conciertos de la London Philharmonic que deberían considerarse emparejados, ambos girando en torno a Mahler y en particular en torno a la versión original de Das klagende Lied, aunque una conexión húngara sería igualmente válida. Una interpretación de Das klagende Lied, especialmente en su versión original, es por supuesto un acontecimiento por si solo –a diferencia de las interminables e innecesarias interpretaciones mahlerianas a las que estamos asistiendo -o eludiendo- a lo largo de este doble aniversario del 2010-11.

A mayores se nos planteó una primera parte de generosa duración. Lontano de Ligeti es una obra maestra y así sonó anoche, imponiéndose incluso ante una inevitable avalancha bronquial (¿No podría esta gente, si está enferma, permanecer en su casa?). Sería absurdo negar que esta falta de consideración no lastró a la envolvente sonoridad de la gran orquesta ligetiana. Sin embargo los incontables enunciados del tema del Lux æterna, llevados a distintas velocidades que convergían para formar las típicas pero siempre diferentes nebulosas texturas fueron perfectamente plasmados, tanto de forma individual como colectiva– gracias en buena medida a la magnífica ejecución de la LPO. Colores, temperaturas, intensidades -llámenlas como quieran- se podían escuchar en perpetua evolución. El clímax previo al final fue muy bien construido por Jurowski, como también el retorno final a una nueva distancia; tal vez la misma. Una repetición sin una buena –o más apropiadamente mala- parte del público hubiese sido bienvenida.

Aunque no se trate de una obra maestra, cualquiera interesado en la música de Bartók – ¿quién podría no estarlo?– encontrará mucho de interés en su primer concierto; obra publicada póstumamente. (Las comparaciones son odiosas, especialmente si la establecemos con el Segundo concierto: uno de los grandes conciertos del siglo veinte y de cualquier otro siglo.) Sin embargo la obra recibió una inmejorable presentación por parte de Barnabás Kelemen, Jurowski, y la LPO. En el primer movimiento Kelemen se mostró como un solista ardiente y apasionado, mientras Jurowski una vez más demostró su experiencia construyendo la progresión hacia el clímax. Encontré el vibrato de Kelemen algo pesado, pero se trata de una cuestión de paladares y también soy consciente de que éste es apropiado para una música tan “húngara”. Si la frase final de su solo resultó ligeramente fallida, esto reflejó más que otra cosa la alta calidad del resto de la interpretación. En el segundo movimiento la técnica y el virtuosismo sin límite fueron evidentes. Pero la participación orquestal fue igual de impresionante en esta fantasía a la Debussy. Resultaba cercano el mundo de El príncipe de madera; pero en ocasiones nos aproximamos al mundo de Strauss. Si los músicos no pudieron ocultar totalmente la estructura rapsódica, dudo que nadie más pudiese hacerlo. Kelemen regaló al público dos propinas: una deslumbrante interpretación del Presto de la sonata para violín solo de Bartók, la cual nos multiplicó las ganas de escuchar la obra completa, y una excelente Sarabanda de la Partita en re menor de Bach. Esta última reflejó un sonido más limpio, en modo alguno auténtico, pero alerta a los requerimientos armónicos y contrapuntísticos de esta música.

Jurowski justificó sobradamente la interpretación de la versión original de Das klagende Lied. No es necesario de hecho ser fundamentalista sobre tal cuestión; hay ganancias como también perdidas en la versión fruto de una mayor experiencia del compositor. (Sin embargo no entiendo porqué uno no querría escuchar Waldmärchen, incluso aunque fuse en la aproximación híbrida.) Sin embargo, si tuviese que elegir oiría el original preferentemente; sus exigencias podrían ser extravagantes, pero no por mero capricho sino porque así lo requería la extraordinaria imaginación del joven Mahler. Las trompas en el arranque deslumbraron: no hay mejor sonido que el que encapsula el Romanticismo alemán, a la vez brillante y a la vez melancólico. Igualmente encantadoras resultan las maderas que se les unen. Un reino mágico que despierta, muy apropiado para el texto que vamos a escuchar. Absolutamente todo, desde Der Freischütz a Gurrelieder (todavía por supuesto en un futuro lejano), pasando por los dramas musicales de Wagner, está presente y es escuchado. Sin embargo y al mismo tiempo cada compás suena como si fuese la voz única de Mahler. Escuchamos premoniciones de las primeras sinfonías y de las canciones del Wunderhorn. Lo que es más obvio entre todas las cosas es la frescura primaveral, incluso cuando la tragedia adquiere el protagonismo. La LPO -sin olvidar la orquesta situada fuera del escenario- respondió en magnífico espíritu. Sí hubo ocasiones en las que la sincronización no fue absoluta, pero nada perturbó la forma en que Jurowski dirigió a sus fuerzas.

Si tuviese alguna crítica sobre la dirección de Jurowski esta sería su ligera tendencia hacia lo operístico. Sí, Götterdämmerung está latente, como también lo está en Gurrelieder, pero la narrativa de Mahler, aquí como en sus otras obras, es de un estilo sutilmente diferente; no es directamente representativa, ni mucho menos realista. La música puede estar más imbricada con el texto de lo que sería necesario a la vista de la experiencia posterior mahleriana pero una forma casi-sinfónica global debería estar presente. No quiero exagerar pues la interpretación no resultó ni mucho menos amorfa y las exigencias que la obra plantea podrían ser irreconciliables con esto. Sin embargo sentí que los pasajes más lentos en Hochzeitstück resultaban algo pesados en el contexto global, como si fuesen dictados por un deseo de representar de una forma fidedigna la acción, sin dejar por tanto margen a la imaginación del oyente. Por otra parte, la forma en que Jurowski estableció conexiones temáticas entre el primer y el tercer movimiento y el variado tratamiento de la escala descendente sólo pueden ser aplaudidos.

Vocalmente, esta vez la estrella fue el excelente London Philharmonic Choir, atento al texto y con un magnífico empaste. Cuando se requería se podría conseguir un ruido poderoso; pero también las más suaves y sutiles descripciones del bosque fueron igual de impresionantes. Los solistas parecían caprichosamente escogidos. No les ayudó en absoluto el estar sentados detrás de la orquesta; por alguna razón Jurowski también siguió esta práctica en su interpretación del Das Wunder der Heliane de Korngold. Pero esto no servía de excusa pues los solos de los miembros del coro resonaron más satisfactoriamente que los de los solistas vocales. Los solistas masculinos proyectaron su texto decentemente pero a menudo sus voces sonaron secas; lo mismo sucedió con Melanie Diener. Christianne Stotijn mostró, sin embargo, que la intimidad liederística no era incompatible con la proyección vocal. Los dos niños, Jacob Thorn y Leopold Benedict, merecen también ser destacados, con sus agudos impactantes en términos emocionales: auténticos Caín y Abel.

Al margen de los fallos ocasionales, si consideramos la interpretación como un todo y consideramos asimismo que es prácticamente imposible concebir una interpretación sin falla de esta obra, la presente demostró desde un principio que Mahler poseía no solo imaginación sino una única capacidad de implicar emocionalmente al oyente. Su genio nunca quedó en entredicho.

ver crítica en inglés (English)

© gustav-mahler.es