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GIJÓN · 18/OCTUBRE/2007 · TEATRO JOVELLANOS

RUBÉN FLÓREZ BANDE

    5ª SINFONÍA
    ORQUESTA SINFÓNICA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
    MAXIMIANO VALDÉS

    La última vez que la OSPA (Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias) interpretó la Quinta sinfonía de GM, fue para clausurar la temporada 1999-2000, y al cargo de la misma estaba Maximiano Valdés Sublette, el mismo, que ahora, siete años después, le sirve para abrir la temporada 2007-2008. Lejano queda ya en la memoria de aquella interpretación, tan fugaz será el recuerdo, de la interpretación que nos ocupa.

    Pocas veces se ha ocupado Valdés con la OSPA de la música de GM -Primera, Tercera, Cuarta, Quinta y Das Lied von der Erde- es lo único que ha hecho el maestro chileno y la orquesta de la tierra en trece años de relación. No mucho ciertamente.

    Y esa poca asiduidad a los atriles, tanto del director como de la orquesta, se notó, como no, en la interpretación que nos ocupa. Valdés se muestra distante hacia la obra, no sé muy bien, si por respeto, por dudas, o que como mero funcionario se limita a cumplir. El primer movimiento, llevo un tempo solemne (correcta entrada de la trompeta, a cargo de Maarten van Weverwijk, que por cierto, él y toda su sección utilizó las trompetas de válvulas y no las de pistones, propias de estas tierras) quizás demasiado, para mi gusto, pero que permitió diseccionar muy bien el movimiento, todo correctamente en su sitio, pero sin emoción, salvo en el último clímax, donde a Valdés se le fue un poco la mano con la dinámica, las intervenciones solistas cumplieron, las trompetas han mejorado respecto a otros años -cambio de plantilla- lo que ha empeorado es la sección de trompas, profundamente decepcionantes.

    En el segundo movimiento parece que Valdés se saltó la indicación del mismo “Stürmisch bewegt, mit grösser Vehemeng” (Agitado, con gran vehemencia) ya que siguió con su tempo solemne, y sin despeinarse, eso es algo que con estos años he aprendido a admirar de Valdés -aunque en un principio me pareciese algo aburrido- es su gesto a la hora de dirigir, perfectamente claro, y elegante, no le hace falta desmelenarse, lo que pasa que en esta ocasión se confundió. El gesto si es elegante, pero el resultado no, este segundo movimiento le quedó algo caótico, y eso que facilitó a la orquesta en muchas ocasiones, marcando “a dos” en vez de “a cuatro” aun así, el movimiento quedo algo deslavazado y sin coherencia, posiblemente lo peor de la interpretación.

    En el tercer movimento -con trompa en pie (José Luis Morató) y velando armas- resultó algo cuadriculado en el arranque, apenas rubateado, las cosas mejoraron en las intervenciones cameristicas, donde sí se permitio el lujo, y se agradece, de rubatear a gusto, no abusó de los efectismos -¡¡oh qué raro!! en estos tiempos que corren, aunque tampoco está la orquesta para muchos trotes- ni de dinámicas sin sentido, se mantuvo fiel a su “solemnidad” aunque a mi, ya empezase hacérseme algo cansina, la claridad de planos está bien, la construcción está bien, pero… ¿en qué lugar dejamos la emoción? La intervención de Morató, tuvo momentos buenos, por ejemplo en la primera llamada de trompas, con un juego de “calderones” muy coseguido, o el “rallentando” en sus últimas notas del movimiento, haciendo frenar a la orquesta, aunque también tuvo momentos no tan buenos -demasiados- concretamente en los pasajes “forte” se le rajaba el sonido (como a toda la sección) y ensuciaba mucho su discurso, su fraseo omitió los “legatos” en muchas ocasiones, y eso entorpece muchos matices. El movimiento brilló, en sus momentos camerísticos, resultando opacos y poco lúcidos, los “tutti” parte de culpa, también es de la sequedad de la acústica del Teatro Jovellanos.

    En el “Adagietto” se lucieron a gusto los ex “Virtuosos de Moscú” con Vasiliev, Lev y Atapin liderándolos, dio gusto escucharlos, pero no emocionaron, por lo menos a mi, dieron toda una lección de cómo tocar, de cómo dar las notas, pero que ni ellos ni Valdés consiguieron “levantar”.

    El último movimiento empezó mal, para que vamos a negarlo, Morató a la trompa, entró en falso, aunque rectificó a tiempo, y los primeros compases hacían pensar en lo peor. La cosa se solucionó, y Valdés tomó el pulso, primando más aquí, a parte de su solemne solemnidad -yo ya me había aburrido hacía un buen rato- los matices polifónicos del movimiento, que los hizo sonar bien claros, eso sí, los temas de danza volvieron a quedar algo cuadriculados. No hubo desmelene, ni emoción, al final, como tampoco hubo desmelene en los aplausos.

    La Orquesta cumplió, cubrió el expediente, y el público hicimos lo propio. Otra ocasión perdida…

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